Balto y Togo, los héroes de la expedición de trineos que salvó de una epidemia a un pueblo aislado de Alaska
Todo empezó en diciembre del año anterior. Nome, una localidad de la costa oeste de Alaska estaba azotada por una epidemia de difteria, enfermedad del aparato respiratorio causada por una bacteria que produce fiebre, inflamación en la garganta y dificultad para respirar por exceso de mucosa, entre otros efectos que pueden llevar al shock y la muerte. Se ceba especialmente en las franjas de edad más delicadas, los niños menores de cinco años y los adultos mayores de sesenta, de manera que buena parte de los habitantes de Nome, pero muy especialmente la infancia, se encontraba en una situación desesperada.
Sólo había un médico en el pueblo y comprendió que lo que en principio había diagnosticado como simple amigdalitis era algo bastante peor, sobre todo al cobrarse la vida de cuatro pequeños. Ya en enero enfermó otro niño que murió en dos semanas, dejando claro que se trataba de difteria; algo especialmente grave porque los pedidos que el galeno había hecho de antitoxina diftérica para tratarla no habían llegado al tener que cerrarse el puerto por la adversa metereología; el Círculo Polar Ártico está ahí mismo y era pleno invierno.
O eso se creía porque el frío intenso no sólo había helado el mar obligando a cerrar los puertos sino también los motores de los aviones, que además eran de cabina abierta. Sólo quedaba una posible solución, tan desesperada como pintoresca: realizar el transporte en trineos tirados por perros, como si estuvieran en el siglo XIX. No era algo fácil de llevar a cabo porque la distancia a recorrer sumaba más de un millar de kilómetros que, dadas las circunstancias, se deberían cubrir en un máximo de nueve días, el tiempo récord que ostentaba el correo por ese medio.
Balto a su llegada a Nome
Los primeros nueve kilos del fármaco llegaron desde Anchorage a la estación de tren de Nenana el 27 de enero. Allí los cargó un musher (conductor de trineo) llamado Wild BillShannon, quien inmediatamente se puso en marcha con sus once perros arrostrando los treinta y un grados bajo cero de la tormenta que azotaba la región y que aún descenderían una veintena más. Con hipotermia y congelaciones, Shannon logró entregar la posta al siguiente, el nativo Edgar Kalland, mientras llegaban noticias de nuevas muertes en Nome.
Hubo bastante controversia porque las voces más críticas -entre ellas la del célebre Roald Amundsen- exigían que los aviones se arriesgaran a despegar, pero los pilotos se negaron considerándolo un suicidio. Entretanto, continuaban los relevos de mushers -hasta una veintena, la mayoría nativos, con un centenar y medio de perros- y la etapa más larga y peligrosa (trescientos veintidós kilómetros) la asumió el noruego Leonhard Seppala, tres veces ganador de la carrera All–Alaska Sweepstakes y que tenía un perro llamado Togo con mucha experiencia. No obstante, el último tramo le tocó a Gunnar Kaasen, también noruego, que entró en Nome en la madrugada del 3 de febrero.
El éxito de aquella desesperada apuesta, que permitió tener un remanente del medicamento con el que se cortó rápidamente un nuevo brote al año siguiente, costó la vida de varios perros pero salió en todos los periódicos, que la bautizaron con el nombre de Great Race of Mercy (Gran Carrera de la Misericordia); un evento deportivo llamado Iditarod Trail Sled Dog Race se organiza cada año en su recuerdo. Y como a los norteamericanos les gustan tanto los héroes, centraron en uno toda la atención.
O en dos para ser exactos: Gunnar Kaasen y su perro Balto. En realidad Kaasen, emigrante ex-buscador de oro, sólo había recorrido ochenta y siete kilómetros, una minucia comparada con los cubiertos por Seppala, pero claro, fueron los últimos y, por tanto, los más celebrados. Eso le convirtió en la estrella indiscutible de la Gran Carrera de la Misericordia, aún cuando los demás también fueron aplaudidos y recompensados. Únicamente le superó en popularidad Balto, un husky siberiano que hasta entonces no brillaba especialmente y, de hecho, se lo consideraba lento y no apto para liderar un trineo.
Sin embargo, su comportamiento en aquel último tramo resultó excelente y así se lo reconoció su dueño, que fue quien destacó su papel ante los medios. Algunos mushers encajaron mal ese protagonismo excesivo asumido por ambos, criticando duramente a Kaasen; el más incisivo fue Seppala, que consideraba que el verdadero héroe era su perro Togo (otro can que en principio tampoco parecía ideal para liderar un trineo por su pequeño tamaño y su carácter inquieto pero que con entrenamiento llegó a cabeza de trineo) y así lo creían también otros (Amundsen incluido), que les tributaron homenajes por el país excluyendo a Kaasen y Balto en un feo gesto.
Hacía siete años que Kaasen le había precedido en el óbito. A él le colmaron de honores y hasta le ofrecieron trabajar en el cine. Junto a su perro, que llevaba el nombre de un famoso explorador sami, Samuel Balto, también hizo una gira nacional y ambos vieron sus efigies reproducidas en estatuas; la que hay en el neoyorquino Central Park lleva una placa que recuerda su gesta y se remata con las emotivas palabras Resistencia · Fidelidad · Inteligencia.
Lamentablemente, terminado aquel circo mediático, Kaasen vendió sus perros y luego fueron descubiertos encadenados y en no muy buenas condiciones en un museo de freaks de Los Angeles. Un empresario los adquirió para trasladarlos triunfalmente y con gran cobertura de la prensa, a lo que hoy es el Zoo de Cleveland. Balto murió en 1933 y, al igual que Togo, fue disecado. En Alaska suelen reclamar el cuerpo pero el Zoo sólo lo cede para exposiciones temporales.
Fuente: https://www.labrujulaverde.com/