El caso de la familia Saverbrey
Una mañana del día 27 de febrero de 1921, el señor Saverbrey, relojero de profesión, entraba en la prefectura de policía de Weimar(Alemania) para denunciar los extraños sucesos que estaban teniendo lugar en su domicilio.
El comisario llamado Pfeil, lo escuchó con atención entre irónico y sorprendido. El relato de su interlocutor era un confuso batiborrillo donde se entremezclaban alusiones a una esposa hipnotizada, referencias a misteriosos golpes en las paredes y caída de objetos sin causa aparente. Herr Ernst Saverbrey se mostraba agitado y asustado, de modo que el funcionario decidió acudir al lugar de autos aquel mismo .
La angustia del relojero había ido gestándose tras interminables jornadas preñadas de sucesos inexplicables surgidos alrededor de su esposa Minna. El matrimonio vivía en una pequeña aldea de la jurisdicción de Vieselbach (Alemania) llamada Hopfgarten, muy cerca de Weimar.
Por aquellas fechas, la señora Saverbrey (su segunda mujer) había caído en cama aquejada de una enfermedad de la matriz. Su hijastro Otto era un muchacho de unos veinte años, muy aficionado a lecturas esotéricas y que más de una vez había pronunciado charlas públicas sobre ocultismo y sugestión hipnótica.
El día 11 de febrero convenció a su madrastra para que se dejase hipnotizar por él. Efectuó unos pases mesméricos induciéndole sensaciones de pesadez y catalep-sia hasta el punto de que, al día siguiente, Minna comenzó a experimentar cefalalgia, molestias articulares y sopor. Como sentíase enferma y las molestias uterinas se agravaron, se acostó en una cama turca situada en la cocina-comedor de la vivienda, asistida por su hija Friedda.
Pronto, toda la familia se percató del agravamiento de la pobre mujer, que comenzó a pronunciar palabras ininteligibles. Su estado psíquico crepuscular duró varios días entre quejidos y monólogos incoherentes, y el 15 de febrero Friedda y su padrastro escucharon un extraño crujido. Parecía provenir de la pared, exactamente encima del hogar. Un segundo golpe se dejó oír, esta vez como dado en la zona donde se ubicaba el sofá que servía de lecho a la paciente, quien en ese momento se encontraba en estado de semiinconsciencia.
Unos minutos después, las percusiones, que simulaban ser provocadas por los nudillos de un puño invisible, se generalizaban por la estancia. Parecían surgir de la mesa, las sillas, el forjado del techo, las paredes y el aparador, indistintamente. El señor Saverbrey y Fnedda registraron las habitaciones adyacentes y el desván, sin encontrar nada anormal.
La situación se hizo insostenible los días siguientes. Hacia las cinco de la tarde comenzaban lo que podía calificarse de «puñetazos» sobre muebles y tabiques. Minna, desde su lecho, ahora despierta y atenta, manifestaba gran ansiedad ante los golpes. Sus dolores en el bajo vientre se agudizaban y sus lamentos se entremezclaban con los siniestros crujidos que algunas veces afectaban las cristaleras de la ventana.
El 18 del mismo mes, Friedda estaba limpiando unos platos cuando observó con estupor que una taza comenzó a vibrar. Luego se deslizó unos centímetros sobre la mesa, sin que obviamente nadie la tocase, y cayó con gran estrépito. Una cuchara se precipitó tras resbalar por el tablero hacia las faldas de la asombrada muchacha. El dueño de la casa comentó con aprensión, aquellos sucesos entre sus amigos. Uno de ellos, Walter Degenkolbe, quiso asistir a tan extraordinarias manifestaciones y pernoctó en dos ocasiones en una habitación aledaña a la cocina.
En el juicio que se siguió ante los tribunales contra Otto Saverbrey acusado de haber provocado, mediante prácticas hipnóticas sobre su madrastra, aquellos fenómenos, Walter hizo una declaración ante los jueces que hizo estremecer al tribunal:
«Una tarde, encontrándome en la cocina, mientras Minna se hallaba acostada, muy débil para hacer cualquier movimiento, vi cómo una silla comenzaba a temblar y luego a deslizarse por el suelo ella sola sin que nadie la tocase. Una mesa giró sobre sí misma bruscamente y también se movió a varios metros de la señora. ..»
Ante los jueces comparecieron varios peritos y amigos de la familia. Entre los primeros se encontraba el doctor Johannes Kahle, especialista en neurología, que confirmó la audición de golpes y crujidos y colaboró en el restablecimiento psicológico de su paciente, mediante nuevas sugestiones hipnóticas que desactivaron la dependencia de la mujer respecto al acusado: Otto.
Cuando el comisario Pfeil acudió al pueblo de Hopfgarten con ocho policías, los vecinos se agolpaban en las inmediaciones del hogar de los Saverbrey. Mandó despejar la calle, colocó a sus hombres de modo que controlasen la periferia del inmueble y situó distintos agentes en el desván, la habitación donde dormía el propietario, otro dormitorio y la cocina donde yacía la enferma.
Encontrándose en esta pieza el comisario y varios testigos, uno de los policías dejó un balde vacío sobre el suelo a unos dos metros de la cama turca o sofá en que se encontraba la dueña de la casa. El recipiente, ante la sorpresa de todos, comenzó a moverse, alejándose de la señora Saverbrey. Otro cacharro comenzó a vibrar, y una jofaina de porcelana se deslizó también sin contacto alguno.
En días posteriores, fueron reforzadas las fuerzas policiales con otros cuatro agentes. Los golpes se sucedían en la sala-cocina, iluminada con una lámpara eléctrica, como si fueran realizados por un brazo invisible sobre los muros y techumbre, pese a que los inspectores de la fuerza pública vigilaban atentamente todas las estancias. Y nuevos movimientos de objetos y muebles se manifestaron esporádicamente, hasta que todo el misterioso proceso cesó con la intervención del doctor Kahle, como si hubiera liberado de un extraño hechizo a la protagonista. El hijastro fue absuelto por la corte de Justicia, pese a que el fiscal solicitaba para el acusado, al que se imputaba un delito de extorsión mediante práctica ilegal de hipnotismo, una pena de nueve meses y tres semanas de prisión.
Fuente: https://realidadtrascendental.wordpress.com/