Leyendas del Camino: el Milagro de O´Cebreiro
Contaban los más viejos del lugar, mucho antes que el milagro fuese consignado por bula de Inocencio VIII (1487), que a caballo entre los siglos XII y XIII, había un vecino de la aldea de Barxamaior, Juan Santín, que no faltaba nunca a la misa, por muy malo que fuese el tiempo. Y allí, cuando el clima es malo, lo es de verdad. Pero él se recorría aquellos tres kilómetros, y asistía a los oficios cuando ni los propios habitantes de O Cebreiro se atrevían a salir de sus pallozas.
Así pues, un día en que nevaba intensamente y la ventisca azotaba inclemente los muros del templo, el monje de turno celebraba el oficio religioso en la más completa soledad, cuando se abrió la puerta y, en medio de una nube de copos helados, apareció el obstinado campesino. Cubierto de nieve, arrebujado en su capa, temblando de frío, con el rostro arrebolado por el viento cortante, pero dispuesto a cumplir sus devociones.
El monje, al verlo, pensó para sus adentros en lo absurdo de aquel rutinario fervor: «¡pobre hombre, con lo cómodo que estaría en su casa, al amor de la lumbre, y exponerse a morir por venir aquí, para ver un trozo de pan y un poco de vino…!»
Este breve momento, en que el monje menospreció el mítico ritual de la transubstanciación, junto con la sencilla fe del campesino, fue el detonante del milagro. Al pronunciar la palabras rituales, el monje, comprobó que ante sus ojos el pan se transformaba en auténtica carne, y el vino en verdadera sangre.
Admirado y arrepentido, el monje declaró el milagro, que fue certificado por el devoto Juan Santín, para ejemplo de discretos y aviso de incrédulos. Aunque la cosa no terminó ahí, porque todavía añaden los que saben de ello, que al ocurrir el prodigio, la imagen románica de Nuestra Señora, llamada luego Virgen del Milagro, que presidía entonces el altar mayor, en el momento culminante del milagro inclinó la cabeza hacia adelante para mejor contemplar aquel portento de su divino hijo.
Dicen más, que los dos arcosolios de la nave sur, donde hoy se contempla la santa reliquia, contiene los sepulcros del incrédulo monje y del piadoso Juan Santín, protagonistas del sagrado prodigio, que pidieron reposar juntos en aquel lugar.
Las sustancias objeto del milagro, quedaron junto con el cáliz como maravillosas reliquias para veneración de los peregrinos. Durante siglos recibieron la admirada devoción de los viajeros jacobitas, quienes, tras la propagación de los relatos griálicos de Chretien de Troyes y Wolfram von Eschenbach, no dudaron en asociar dicho milagro a los mitos del Santo Grial, identificando O Cebreiro con el Templo del Grial. Símbolo trascendente que, en realidad, carece de situación geográfica terrenal, pues el Grial, y su Templo, se encuentran en nuestro interior, a la espera de que los descubramos y sepamos reconocerlos.
Santa María la Real o Virgen del Cebreiro
El prodigioso símbolo, en forma de reliquia, quedó expuesto a la contemplación de mendigos y reyes. En 1486, los monarcas Fernando e Isabel, que peregrinaban a Santiago, quedaron tan impresionados al conocer la leyenda, que pretendieron llevarse las mágicas reliquias.
Tras pernoctar en la Hospedería de San Giraldo de Aurillac, mandaron empaquetar los objetos y colocarlos sobre una mula. Emprendieron la bajada, pero al llegar a la cercana aldea de La Faba, la mula se negó a continuar por más que la incitaron a ello. Sobrecogidos, se tomó esto como un presagio del cielo y, dejada suelta la obstinada mula, deshizo el camino y volvió ella sola al templo de Pedrafita.
Ante esta señal, de que las reliquias querían permanecer allí, donde habían obrado el prodigio, fueron devueltas al santuario de O Cebreiro, y entronizadas con todos los honores.
El padre Yepes, a comienzos del siglo XVII, decía: «Yo, aunque indigno, he visto y adorado este santo misterio», y desde luego, misterio hay. La copa tiene grabada, en el pie, una frase completamente ortodoxa: IN NOMINE DOMIEN NOSTRI IESV XPISTI ET BEATE MARIE VIRGINIS. [En el nombre de Nuestro Señor Jesucristo y de la Virgen María].
Sin embargo, en el borde del recipiente, leemos algo que se presta a cierta ambigüedad: HOC TESTAMENTO SACRATVR QVO CVNCTIS PARATVR. [En éste cáliz se consagra aquello con lo que a todos la vida repara]. Frase, que nos sugiere un segundo sentido. ¿Una alusión a aquel ancestral «caldero celta», en el que las Vírgenes Sacerdotisas encendían el fuego del año nuevo, para regenerar el Sol y renovar la fertilidad? No en vano, el nombre del puerto, «Pedrafita», piedra-hincada, alude a viejos cultos celtas.
Que el símbolo y su leyenda tienen «trasfondo», se atisba en la actitud del clero respecto a estas reliquias. En el siglo XVIII, el teólogo de Valladolid, Fray Alonso de Olivares, bajo cuya autoridad estaba el santuario, tras visitar O Cebreiro, dejó ordenado a los monjes: «Item. Mandamos al Prior no permita se lleve en procesión en el día del Corpus, ni se exponga en otra ocasión alguna la memoria del Santo Milagro, ni se le de adoración, como si allí estuviera realmente el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, sino refiriéndose sencillamente y con discreción lo que la tradición conserva haber obrado Dios milarosamente en otro tiempo para bien de su Iglesia…» Mandato reafirmado, cuatro años después, por su sucesor, el reverendo Fray Pedro González Tarrago.
Si el clero, y sus teólogos, tenían tales reservas sobre el significado de las reliquias y el fervor que el pueblo les profesaba, por algo sería.
Fuente: http://laberintoromanico.blogspot.com.es/
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