La última jura del Machete

Eran las nueve y media de la mañana del primer día del año 1841 y aquella iba a ser la última vez en la que se oficiase una costumbre que se venía celebrando desde hacía 365 años.
Desde 1476, fecha en la que los Reyes Católicos decidieron que se tenía que realizar la elección de los cargos del Concejo de la ciudad, hasta 1762, el día elegido era el 29 de septiembre, festividad de San Miguel Arcángel.
En la iglesia consagrada a este santo donde se realizaba la jura era la que el rey Sancho el Sabio reconoció en el siglo XII como la única juradera de Vitoria-Gasteiz.
Todos lucían sus mejores galas, y, una sucesión de maceros, clarines, tambores y merinos abrían paso a las autoridades que atravesaban el templo para llegar a los asientos.
En respetuoso silencio se celebró el oficio del Espíritu Santo, confiando en que éste dotara a los asistentes de la sabiduría necesaria para realizar el cometido que tenían asignado y, una vez acabado, el alcalde saliente se dirigió al que le sustituiría para pedirle que besara el ara y los evangelios, jurando a continuación su cargo y recogiendo la vara que representaba el ministerio que acababa de recibir.
Después de él, fueron pasando, uno a uno, los nuevos miembros del Consistorio, realizando cada uno el juramento en función del cargo que fueran a desempeñar, y haciendo entrega de sus varas al alguacil mayor y a los alcaldes de hermandad.
El último en acercarse fue Nicolás de Urrechu, un joven querido y respetado, que había sido designado como síndico personero de la ciudad, y sería el responsable de defender los intereses de sus conciudadanos.
Todos, políticos y civiles, se dirigieron a la plaza del Machete Vitoriano ya que se trata de un lugar lleno de simbolismo, pues a uno de los lados se encuentra el Ayuntamiento y al otro la cárcel y el palacio de Villa Suso, donde también tuvo sus calabozos la Inquisición.
Al fondo es posible vislumbrar la casa del verdugo, y en el otro extremo, donde se hallaban todos congregados, una puerta pequeña que da acceso al altar mayor de San Miguel, en cuyo nicho reposa el machete que da nombre a la plaza.
El procurador síndico tras besarlo, puso su mano sobre el largo cuchillo y entonces, el secretario del Ayuntamiento abrió el libro de las leyes de la ciudad y comenzó a leer.
-¿Juráis a Dios nuestro Señor, y a Santa María su madre, y por las palabras de los santos Evangelios, y por el Machete Vitoriano donde corporalmente habéis puesto la mano derecha, que como tal procurador general de esta ciudad y su jurisdicción defenderéis bien y fielmente todos los derechos, franquezas, exenciones y libertades que esta ciudad tiene?
-Sí, juro -respondió.
-Si así no lo hicierais, Dios os lo demande y os sea cortada la cabeza con el referido alfanje de hierro y acero agudo, tal y de la forma del Machete Vitoriano -le advirtió el secretario.
-Así lo juro -se reafirmó en nuevo el procurador y tras ello se escucharon algunos tímidos aplausos entre los asistentes pero esperaron a que terminara el acto.
El secretario se giró, y a voz en grito leyó el poder que el pueblo otorgaba al síndico, y pedía permiso para ratificarlo con su firma y un unánime grito de afirmación se escuchó en toda la plaza, dando los congregados poderes a De Urrechu por el juramento que acababa de recitar.
Sin embargo, no hay constancia de que en ninguna ocasión en los anales de la historia vitoriana, se hubiera desenfundado el machete para castigar a ningún procurador general de la ciudad.
Hoy, tan solo quedan, como recuerdo de aquella tradición, algunos documentos desperdigados entre los legajos de la documentación del Archivo Municipal de la ciudad.
Ese machete que, como espada de Damocles, protegió con su juramento la honestidad de los procuradores, descansa discretamente protegido por el mismo enrejado que se colocó tras aquel último juramento.
Fuente: http://dentrodelmisterio.blogspot.com/2018/03/la-ultima-jura-del-machete.html