LOS FANTASMAS DEL PALACIO DE VERSALLES
«El Vivillo», el penúltimo bandolero andaluz
» El Vivillo», el penúltimo bandolero andaluz
Siendo el décimo de dieciséis hermanos, o se andaba «vivo», o se moría de hambre. Así que Joaquín Camargo Gómez optó por la primera de las opciones, hasta el punto de que acabarían por otorgarle el pseudónimo que le perseguiría hasta la sepultura: «El Vivillo».
Corrían los primeros años del siglo XX cuando nacía en Andalucía., entre el hambre y el analfabetismo, una nueva hornada de bandoleros. Los últimos, ya carentes del romanticismo decimonónico, con un negro futuro que apuntaba irremediablemente al garrote o a la Guardia Civil. «El Vivillo» sería uno de ellos.
Una infancia de privaciones le llevaría a probar suerte como contrabandista en Gibraltar, tras huir de casa y malvivir en múltiples oficios. Hasta que el negocio del contrabando se puso peligroso y corrió a refugiarse a la Serranía de Ronda, dónde crearía su propia cuadrilla de malhechores, junto a otros como «El Soniche», «El Vizcaya» o «El Ignacio». Desde entonces se mezclaría su historia con su propia leyenda: entre la maldad y la generosidad, entre la culpabilidad y la inocencia.
Su fama comenzaría a forjarse entre asaltos y tiroteos por las sierras andaluzas, convirtiéndose, junto al «Pernales», en protagonista de los últimos, y más sonados episodios de bandolerismo en los alrededores de Estepa (Sevilla), hasta que las partidas de estos bandoleros fueron aniquiladas por la Guardia Civil. Hasta allí desplazó ABC un reportero, que legó a nuestro archivo la fotografía de las autoridades que dieron caza a estas bandas de rufianes.
Pero «El Vivillo», haciendo honor a su apodo, logró eludir el cerco de la Benemérita y escapó a la Argentina, donde sería capturado, como recogió este periódico en sus páginas del 22 de enero de 1908, siendo extraditado posteriormente.
Ya entonces era un personaje conocido, en un tiempo en el que la cultura popular se volcaba en un periodismo sensacionalista, ante el enorme interés que mostraban los lectores por la crónica negra y de tribunales. Un tiempo de reporteros, telégrafos, juicios sonados y sucesos. Una España de charanga y pandereta en el que era fácil imaginarse, como Machado, a un hombre de casino provinciano, al que sólo anima leer «la hazaña de un gallardo bandolero o la proeza de un matón, sangrienta».
Pero «El Vivillo», tras numerosas causas y juicios, saldría absuelto una y otra vez por falta de pruebas, iniciando una carrera a la celebridad, que tan familiar nos resulta en estos tiempos.
Se fue a Madrid en 1911, momento en el que sería retratado por este periódico como un «célebre aventurero». Aprovechando su destreza como caballista, empezó a ejercer de picador en la cuadrilladel matador de toros Morenito de Alcalá, trabajo que pronto dejaría para dictar sus memorias al periodista Miguel España, legándonos uno de los pocos testimonios autobiográficos existentes sobre el bandolerismo andaluz, reeditado hace unos años por la Editorial Renacimiento.
En esta obra, «El Vivillo» reconoce haberse ganado la vida como contrabandista, salteador de caminos, secuestrador o cuatrero antes de acabar dedicándose al noble arte de Cúchares, como ya hemos mencionado. La obra potenciaría, aún más, su fama entre las clases populares del país, pero decidiría volver a Argentina, esta vez acompañado por su esposa. La salida de España del «Vivillo», embarcando en el puerto de Málaga en el trasatlántico «Satrústegui», sería una noticia de primer orden recogida en todos los periódicos de la época.
Alejado de la delincuencia y de la fama, «El Vivillo» se convertiría en Buenos Aires en un respetable hombre de negocios, o al menos así rezan las crónicas, hasta el 16 de julio de 1929.
Ese día, herido de muerte por la pena de haber perdido a su esposa, el otrora bandolero sin escrúpulos no pudo aguantar su soledad e ingirió una solución de cianuro potásico, mortal de necesidad, que acabaría con su sufrimiento. Se marchó al otro mundo sin la popularidad que le había acompañado a ultramar, entre la indiferencia de los periódicos que lo habían encumbrado unos pocos años antes. Quedó su imagen en nuestros archivos.
Fuente: http://www.abc.es/
«Astra-Torres», el dirigible español que sobrevoló Madrid y compró la Royal Navy
«Astra-Torres», el dirigible español que sobrevoló Madrid y compró la Royal Navy
«Globo militar», ni siquiera dirigible, aunque fuera uno de los mejores de su época. Con este nombre recogió ABC en su portada del 14 de febrero de 1910 el vuelo de prueba de la aeronave militar diseñada por el polifacético inventor cántabro Leonardo Torres Quevedo. Apodado «España» el aparato surcó el cielo de Madrid dejando boquiabiertos a los viandantes del Paseo de la Castellana. Con 23.000 metros cúbicos de volumen, el invento del ingeniero no solo fascinó a España.
Su modelo, semirígido, solucionaba problemas que habían hecho fracasar a los zeppelines alemanes e ingleses relacionados con la presión interior del globo. La aventura aeronáutica de Torres Quevedo había comenzado en 1905 cuando, con ayuda del militar Alfredo Kindelán, dirigió la construcción del primer dirigible español. La fiabilidad de su modelo traspasó los Pirineos y la empresa francesa Astra compró su patente, excluyendo su utilización en España.
Dirigible «España» de Torres Quevedo sobrevolando Carabanchel en 1911
Los «Astra-Torres» –conocidos en el mundo de la aviación como «AT»– empezaron a fabricarse en serie en 1911 en Guadalajara. Sus compradores principales fueron la Marina Nacional de Francia y laRoyal Navy inglesa. Los modelos españoles fueron utilizados durante la Primera Guerra Mundial en tareas de protección e inspección naval. La mayoría de ellos sobrevivió el conflicto bélico y, tras la victoria aliada, fueron transferidos a Estados Unidos y la Armada Imperial Japonesa.
De la guerra al turismo parisino
Tras la guerra, el «Astra-Torres número 16» fue utilizado por la empresa francesa Transaérienne como transporte turístico para ver los alrededores de París y el campo de batalla. El dirigible español también se ganó su fama en Francia, años antes, en una competición donde ganó un premio de 5.000 francos en una carrera de cien kilómetros en un circuito cerrado.
El último éxito que Torres Quevedo quiso alcanzar en 1918 no llegó a materializarse por falta de recursos. Diseñó, en colaboración con el ingeniero Emilio Herrera Linares, un dirigible transatlántico al que llamaron«Hispania». Su ilusión era realizar desde España la primera travesía aérea del Atlántico sin escalas. Tenían todo listo pero no pudo ser.Alcock y Brown lograron el hito en junio de 1919 –desde Terranova hasta Irlanda– en un bimotor biplano.
Fuente: http://www.abc.es/