La leyenda de Masegoso

Andrés tenía una hermosa hija llamada Adela; Julián tenía un apuesto hijo llamado Manuel. Habían sido educados para odiarse mutuamente. Sin embargo, el destino hizo que se refugiaran en el mismo árbol durante una fuerte tormenta. Nunca se habían visto a pesar del rencor que les impusieron sus padres. Y debajo de ese árbol, el flechazo del amor apareció: se enamoraron el uno del otro.
El amor de Adela y Julián era correspondido, pero era imposible. Quedaron al día siguiente en el mismo árbol, en su árbol. Pero la alegría les duró poco: misteriosamente aparecieron los dos padres enfurecidos, que cogieron cada uno a su descendiente con las consiguientes amenazas y advertencias. Los dos enamorados no sabían que una anciana llamada Avedícula (era considerada como una bruja) les vio debajo del árbol en mitad de la tempestad y comunicó aquel encuentro fortuito a los dos padres.
El párroco se enteró de lo sucedido y en misa lanzó una indirecta hacia los padres: “Si no perdonáis, no seréis perdonados”. Temerosos de la ira de Dios, Julián y Andrés se reconciliaron y concertaron la boda de los dos hijos.
Durante la celebración de una fiesta para conmemorar la reconciliación de las familias más poderosas de Masegoso, un joven llamado Lázaro apareció. Este muchacho era nieto de la bruja Avedícula y estaba enamorado perdidamente de Adela. La bruja ideó el plan perfecto: dijo a Lázaro que se disfrazara del fantasma del padre de Andrés (abuelo de Adela), ya que el juramento que pidió se había incumplido.
Todas las noches antes de la boda, Lázaro disfrazado de fantasma asustaba a los vecinos de Masegoso desde el torreón con golpes, arrastre de cadenas y gemidos. Una de esas noche y acompañado por el pueblo, Manuel fue en busca del fantasma. Cuando éste apareció, le disparó con la consiguiente sorpresa: el fantasma era en realidad Lázaro disfrazado. El nieto de la bruja no fue herido gravemente y en una distracción de Manuel, sacó su arma y mató al hijo de Julián, pensando que así podría conseguir el amor de Adela.
La idea de Lázaro resultó ser un fracaso. Todo el pueblo le odiaba y Adela no quería saber nada. Por tanto, antes de ser detenido decidió echar en la fuente romana de Masegoso unos sapos venenosos que tenía su abuela para llevar a cabo su venganza.
Los vecinos comenzaron a enfermar y a fallecer de forma repentina. No había familia que no velara algún cadáver. Pasados pocos días nadie quedaba en pie en Masegoso. Los habitantes de las localidades cercanas, al no tener noticias sobre este pueblo, decidieron acercarse para ver qué sucedía. Al llegar, vieron una auténtica danza de la muerte donde las calles se habían convertido en un cementerio.
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