Fantasmas en la carretera de los yungas paceños
Fuente: http://reyquienlapaz.blogspot.com/
Fantasmas en la carretera de los yungas paceños
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La leyenda de «El Tío» un demonio boliviano
«Había una vez un niño que tenía un padrastro maltratador. Vivían en la ciudad de Carana, en una pequeña posada. El muchacho era sordo y continuamente golpeado por su padrastro así que, finalmente, se escapó de casa. Su padrastro pensó que estaba muerto, sin molestarse en ir a buscarlo.
Una noche, solo en la calle, se encontró con un perro callejero. Desde ese momento, ese perro le acompañaba en sus muchas largas noches solo. Emocionalmente torturado, no sabía a dónde iba pero un mes después de escapar de casa descubrió algo: tenía un talento especial. Podía oír la emoción negativa en el mundo. Es decir, si algo iba mal en un lugar determinado, podía encontrarlo y pararlo.
Había un anciano sentado en la fuente del pueblo, atormentado por niños que lanzaban piedras sobre él, tantas veces que su cara estaba completamente blanca de polvo y arena. Era ya costumbre en ese pueblo. Los otros ancianos se burlaban de él junto con los niños. Incluso cantaban, bailaban y tocaban instrumentos a su alrededor mientras lo molestaban.
Entonces el niño llegó y gritó. Sólo tenía 8 años pero las leyendas dicen que su grito sonó como un terremoto y un tornado. Gritaba desde su alma, desde su esencia misma. Todos los demás aldeanos huyeron del anciano y éste se acercó al niño y le dio las gracias. (En otras versiones, el viejo muere por los golpes y el niño le devuelve a la vida). En todas las versiones de la historia, el viejo acompaña al niño en sus viajes.
El niño y el viejo continuaron su viaje y se encontraron con otro hombre que estaba desfigurado después de ser golpeado a propósito por el coche de algunos aristócratas ricos, señores y nobles de la ciudad. El hombre con el rostro desfigurado era una celebridad local. Una vez más, el muchacho gritó hasta que sólo quedó el hombre con rostro de elefante. Pero este hombre elefante era especial: afirmaba ser un es un profeta maldecido por un demonio conocido como El Tío. Este demonio es una cabra con rasgos humanos. Una extraño de otro mundo que se conoce por muchos nombres.
El hombre deforme les dijo dónde estaba ese demonio y se ofreció a llevarlos personalmente. Así, el hombre elefante, el niño, el anciano y el perro comenzaron su viaje hasta la cueva donde el demonio vivía, en el medio de un desierto, cerca de un pueblo abandonado. Contaban los rumores que el sitio estaba lleno de gente enloquecida y se asesinaron los unos a otros en la oscuridad de la noche: un día eran personas felices, civilizadas y educadas, al siguiente estaban decapitando a sus vecinos, teniendo relaciones sexuales entre sí en el centro de la ciudad y comiéndose a sus propios hijos.
Se decía que ese demonio estaba sentado en una cueva y que solo susurraba el mal en el mundo. Pura maldad.
Él era la fuente de todas las emociones negativas en el mundo, cada pensamiento impuro, todo deseo de asesinato o daño… Estos susurros se oían cerca de la entrada de la cueva. El viejo y el hombre elefante no querían ir más allá, no podían entender el idioma que el diablo estaba hablando, pero sonaba arcaico, un lenguaje perdido en las edades del tiempo. Y, aún así, les ponía los pelos de punta, empezaban a sentir que les hablaba de actos horribles. El perro tampoco quería entrar.
El anciano empezó a vomitar y una risa llegó desde el interior.
Así que los dos hombres se despidieron del chico con un abrazo y él entró para enfrentarse con el demonio. Cualquiera con el oído intacto podría ser maldecido, pero el niño era sordo y, tal vez, con sus gritos, podría impedir al demonio maldecir a otros.
Se supone que el niño está todavía en el interior de la cueva porque cuando alguien se acerca los suficiente, todavía se pueden escuchar los gritos. Curiosamente, dicen, a partir del 18 de abril, fecha de estreno del vídeo musical «La La La by Naughty Boy ft Sam Smith», basado en esta historia, los gritos cesaron».
Fuente: http://oscuridadoculta.blogspot.com.es/
La Leyenda del Negro de Triana
Dice la creencia popular, que el año 1842 tras un invierno de especial crudeza, un alfarero del barrio acudió a la parroquia trianera para dar gracias a la Santa por ser curado de unas fiebres que lo habían tenido postrado varios meses. Estando orando frente al altar de las Ánimas del Purgatorio (actual capilla de la Virgen del Carmen junto a la capilla de la Divina Pastora) un anciano apareció de la nada junto a él y le dijo enérgicamente mientras señalaba el altar de Santa Cecilia: – “Ahí esta enterrado el esclavo asesinado por el Marques de ……”-. Sorprendido por tal repentina intervención, el alfarero giró la cabeza y miró donde apuntaba la mano del hombre pero cuando volvió la vista a éste no se encontraba nadie en dicho lugar.
Aterrado y confundido, Castro (que así se llamaba el alfarero) salió de la Parroquia y volvió a su taller para intentar olvidar esta aparición debida según terminó por pensar a alguna alucinación fruto de la enfermedad que hasta bien poco había sufrido. Pasadas algunas semanas, y habiendo regresado a la parroquia mientras rezaba en el mismo altar de las Ánimas, notó que lo zarandeaban del hombro y el mismo hombre de la anterior vez le refería aun con mas vehemencia: -“ ¡Castro, Castro! Ahí está el esclavo asesinado; debes comunicárselo al Señor Cura… ¡Ahí está!”- .
Esta vez convencido de la veracidad de dicha aparición, Castro corrió a comunicarlo a los curas de la Iglesia obteniendo solo burlas y respuestas incrédulas, siendo pronto extendida esta historia por el barrio acompañada de la fama de loco y embustero sobre el alfarero, estigma que perduró hasta que murió al poco tiempo.
Después de tres años y ya fallecido el señor Castro, se llevaron a cabo unas obras de restauración y ajuste de dicho altar de Santa Cecilia, para las cuales se debió retirar la parte inferior de éste, descubriéndose detrás el sepulcro de “el Negro”. Claro está, ante tal descubrimiento rápidamente volvieron a las mentes de todos los vecinos las historias que el alfarero contaba y las apariciones a las que hacía referencia. Tanto es así, que el cabildo de la Parroquia decidió retirar permanentemente el altar y dejar al descubierto la susodicha lápida. Además de ello se comenzó a investigar la identidad de dicho personaje y se dio con unos legajos que hacían referencia al tal Íñigo Lopes.
Lápida sepulcral de Íñigo Lopes aún con el rostro reconocible
Estos escritos remontaban al 16 de noviembre de 1493, momento en el que las naves españolas comandadas por Colón avistaron la isla caribeña de Borinquén. En su afán conquistador, los españoles no tardaron en encontrar un poblado habitado por indígenas que se sometió a los que entendían eran dioses. Tras varios días entre ellos, Colón dispuso su marcha y pidió como tributo a algún joven que le sirviera de ayudante en su vuelta. Lejos de negarse, el jefe de la tribu le ofreció a su propio hijo, al cual Colón mandó hacia España bajo tutela de un franciscano que lo integró en el sevillano convento de San Francisco. Allí, el ‘Negro’ aprendió a seguir el camino de Dios, a amarlo y respetarlo, y como un fraile más permaneció en el convento durante 8 años. Durante éstos, fue bautizado por su padrino y benefactor al mismo tiempo de la orden franciscana, el ‘Marqués de…’ , llamándolo Íñigo Lopes.
Poco a poco, el Marqués se fue convirtiendo en un inseparable de Íñigo Lopes hasta que un día pidió “cumplir con su deber de padrino” y lo arrancó del convento para ponerlo a su servicio. Íñigo no tardó en adaptarse al nuevo cambio, visto que en el hogar de su señor disponía de todo cuanto podía desear, y precisamente el deseo de tenerlo todo por parte del Marqués fue lo que acabó con él.
Una mañana, Íñigo se estaba bañando desnudo en un estanque cuando el ‘Marqués de…’ le asaltó y le pidió, o más bien obligó, a que le dejara yacer junto a él. Escandalizado, más aún por la educación de castidad que había recibido en el convento, el borinqueño se negó y su señor, poco acostumbrado a que nadie le llevara la contraria, apagó sus deseos a golpes con Íñigo, acabando en pocos minutos con su vida.
Arrepentido de dicho acto, el ‘Marqués de….’ Estableció que el esclavo tan amado por él debía ser enterrado en suelo sagrado y dispuso una lapida de lujosa factura y renovadora técnica para el momento (azulejos renacentistas de Niculoso) en tan importante iglesia como es la Real Parroquia de Santa Ana, como intento de espiar tal grave pecado.
Aspecto actual del sepulcro y la reja protectora
Probablemente debido a esta historia que se escuchaba por Triana del amante asesinado (o quizás porque alguna muchacha en busca de marido lo hizo y tuvo un fructífero resultado) se extendió ampliamente la creencia de que cualquier mujer que le de siete patadas o golpes con el tacón del zapato a la tumba, se casaría en poco tiempo. Es por ello que desde su redescubrimiento hacia 1850 mujeres jóvenes y no tan jóvenes del barrio se han acercado al sepulcro de Iñigo Lopes a cumplimentar tan curioso ritual esperando encontrar esposo en breve plazo.
El problema es que además de curiosa, esta costumbre es bastante destructiva y provocó un deterioro constante de la lapida hasta que en los años 70 del siglo XX se coloco una reja protectora que poco a poco ha ido disuadiendo de dichas actividades hasta caer en desuso hoy día.
Fuente: http://www.sevillamisteriosyleyendas.com/
El «rey de Patones», el anciano patriarca que plantó cara al mismísimo Carlos III
Al noreste de la sierra de Madrid se esconde una de las zonas menos conocidas y con más historia de la región. La aldea negra de Patones de Arriba –conocida así por las pizarras de los tejados– alberga, además, la curiosidad de haber tenido entre sus vecinos a una particular «monarquía» que ordenó y puso paz en el pueblo desde tiempos inmemoriales: el «rey de Patones». A mitad de camino entre la leyenda y la realidad, la figura de este personaje –representado como un anciano que cumplía funciones de regidor– está presente en varios documentos que atestiguan su existencia. Antonio Ponz recogió como cierta esta historia en su libro «Viaje de España», en el siglo XVIII.
Cardenal Baltasar de Moscoso y Sandoval
El primer escrito donde se hace alusión a este «rey» es de 1653. En aquella fecha se entrevistó con el cardenal Moscoso –supremo canciller de Castilla y consejero de Estado, nombrado por Felipe IV– para solicitar la construcción de una ermita. También cuentan los lugareños que envió una osada carta firmada cuyo encabezamiento era: «Del Rey de Patones, al Rey de España». De esta última no hay nada que certifique su existencia.
La «dinastía» familiar, que se transmitía este pintoresco cargo de forma hereditaria, se extinguió a mediados del siglo XVIII. Tras negarse a pagar los tributos, enviaron un memorial a Carlos III donde exponían su situación de olvido.
Felipe IV Carlos III
Reclamaban así su independencia de la Villa de Uceda, de cuyo ducado dependían hasta entonces. Patones era tratado por Uceda como un barrio lejano olvidado para todo salvo para cobrar impuestos. Carlos III aceptó sus reclamaciones y permitió que la villa tuviera alcalde propio. La figura de los «reyes de Patones» dejó de tener sentido, aunque la familia que administraba justicia y gobernaba hereditariamente hasta entonces, siguió ocupando su puesto de regidor. Según los archivos municipales y eclesiásticos, esa familia se apellidaba Prieto. ¿Habrá aún descendientes de esta curiosa «dinastía»?
Fuente: http://www.abc.es/
Leyenda: El asno del apóstol
Fuente: http://alberguelapatadeoca.blogspot.com.es/