El misterio del psiquiátrico de Castro de Ribeiras de Lea: La joven que se arrancó los ojos
La trágica historia de Virtudes, una joven esquizofrénica que permaneció durante 10 años con las manos atadas a la espalda en el sanatorio psiquiátrico San Rafael, de Castro de Ribeiras de Lea, en la provincia de Lugo, por haberse arrancado los ojos, es el exponente máximo de la degradante situación en que vivían los enfermos. En este hospital psiquiátrico se hacinaban 500 enfermos, en unas instalaciones infrahumanas.
Sus padres la mantuvieron los 15 primeros años de su vida encerrada en una artesa de pequeñas dimensiones, que rodeaban con tojos para que no pudiese escapar. Tiene 26 años, no se han podido conocer sus apellidos y nació subnormal en la comarca lucense de Terra Chá.
Un castigo divino: así interpretaron los padres de Virtudes su llegada al mundo. Al poco de nacer descubrieron que tenía problemas y decidieron ocultarla de la comunidad. Una enferma mental que pasó recluida en un arcón nueve años, a la que daban de comer con una botella y una goma una mezcla de harina con leche, solo una vez al día. Rodeaban el arcón de espino, para que no saliera de la artesa. Los propios vecinos sabían de la existencia de esta pequeña que no podía ver la luz del sol, y la encontraban a veces merodeando la casa, como un felino.
El cura dio la voz de alarma al enterarse de la situación infrahumana en la que el psiquiátrico la mantenía. El tétrico lugar está a día de hoy abandonado desde 2012 y tenía fama de ser el sanatorio más duro del país, y en Europa era conocido por su anacronismo: solo había un psiquiatra para los 500 internos. Virtudes pasó 30 años con las manos atadas a la espalda, sin recibir nunca la visita de sus padres, que temían que se la devolvieran. Aún se puede encontrar su nombre en una de las celdas.
Pero no es el único caso de enfermos que, en su encierro, generan una actitud más propia de animales que de humanos: el hombre mono de Galicia, por ejemplo, pasó 23 años de su vida encerrado en una cuadra, rodeado de sal por sus padres. Vistos como monstruos, los enfermos mentales
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