El crimen del Expreso de Andalucía

A las ocho y cuarto del 11 de abril de 1924 sale de la estación de Atocha el tren rumbo a Sevilla y quienes manejaban la correspondencia del coche correo eran, el oficial primero Santos Lozano León, de cuarenta y cinco años, y Ángel Ors Pérez, de treinta.
Al detenerse en la estación de Marmolejo, el empleado encargado de recoger las sacas de la correspondencia avisa al jefe de que el vagón correo está cerrado y nadie responde a las llamadas.
Como consecuencia de ello, apenas le da importancia a este hecho pero por precaución decide mandar un aviso por telégrafo a las estaciones siguientes.
En Córdoba, y a las seis de la mañana, el jefe de estación ordena forzar la puerta del vagón correo, y son encontrados los cadáveres de los dos funcionarios, sobre un charco de sangre que empapa montones de cartas esparcidas por el suelo del coche.
Es desenganchado el coche correo, que queda en Córdoba con su triste carga, y se comunica a Madrid rápidamente la noticia mientras los otros vagones continúan viaje a Sevilla
La policía comienza la investigación para tratar de encontrar a los culpables del asalto al tren y desde un principio se sospecha que el doble asesinato ha sido cometido por delincuentes profesionales.
Se organizan gigantestas redadas, tomas de declaraciones casi en serie y se inspecciona la vida en hoteles, pensiones, posadas y bares de los pueblos del recorrido del expreso: Alcázar, Aranjuez, Marmolejo, Villa del Río, Montoro son cribados por los agentes.
Un joven mendigo que suele merodear por los alrededores de los andenes de Aranjuez asegura a la policía haber visto a tres individuos desconocidos para él, a quienes pidió limosna y de dijeron:
-Si te vemos por aquí el domingo ya te daremos un real para que te compres un automóvil.
Una frutera de la misma localidad declara que en la tarde del viernes 11, tres indivíduos – cuyas señas coincidían con las facilitadas por el mendigo – se acercaron y le compraron tres plátanos.
Un electricista de servicio en la estación de Aranjuez afirma que cuando se detuvo el expreso, tres hombres se aproximaron al vagón correo, abrieron y subió uno. Un instante después ya con el tren en marcha, subieron los otros dos.
De ello la policía deduce que al menos el primero que subió era conocido de los funcionarios muertos y con la ayuda de los forenses se determinó que el crimen debió cometerse entre las estaciones de Aranjuez y Alcázar de San Juan.

La estación de Córdoba, el lugar al que se dirigía el furgón-correo.
Siguiendo con las investigaciones, la policía poco después detiene a un taxista que en la citada noche había merodeado por los alrededores de la estación de Alcázar.
El conductor del taxi, Miguel Pedrero, declara que un hombre joven había alquilado sus servicios en Madrid, en la glorieta de Atocha, diciéndole que tenía que ir a Alcázar a recoger a unos amigos.
Efectivamente, allí subieron tres personas más, y el coche se dirigió a Herencia para tomar gasolina, regresando a Madrid y se detuvo en el Portillo de Embajadores.

El taxi que usaron en el asalto al tren
Allí, el que lo había alquilado preguntó cuanto era la cuenta, y al responder el taxista que 210 pesetas, le dieron tres billetes de 100 pesetas y le dijeron que se quedara con la vuelta. Los cuatro hombres se despidieron del taxista y se perdieron por una calle próxima a San Cayetano.
Las averiguaciones siguientes de la policía lleva a un piso de la calle de Toledo, por allí cerca, en el que vive el croupier Antonio Teruel López pero este no está y su esposa no sabe nada.
La policía detiene a la esposa, se establece vigilancia en el piso y por la noche se descubre que hay luz en las habitaciones donde la portera dice haber escuchado algo parecido a un disparo.

Antonio Teruel (1), José Sánchez Navarrete (2) y Honorio Molina (3)
La policía entra en el piso y descubre el cadáver de Antonio Teruel que se ha suicidado disparándose un tiro en la sien pues en la habitación se encuentran dinero y valores de lo desaparecido en el coche correo.
Ante todo ello, la esposa se decide a confesar y da a la policía los nombres de los amigos de su marido pues uno de los nombres facilitados por la viuda de Teruel es el de Honorio Sánchez Molina.
Cuando los agentes llegan a la casa de huéspedes que éste posee en la calle de las Infantas, Honorio no está, y allí aseguran que tampoco está en Madrid, sino en cierta finca de Ciudad Real.
La conversación con los familiares de Honorio da a la policía el nombre de un José Sánchez Navarrete, funcionario de Correos que vive con sus padres y hermanos en un piso de la calle de Orellana que tras ser detenido, en un primer momento lo niega todo y luego confiesa haber tomado parte en el asalto, pero sin matar a nadie.
Mientras tanto, la Guardia Civil detiene en la finca de Ciudad Real a Honorio Sánchez Molina y poco después es detenido el tercero, Francisco de Dios Piqueras.
Esta última detención la realiza también la Guardia Civil en el tren correo descendiente de Badajoz, o sea, cuando se encontraba a la altura de la estación de Almorchón.
Toda España espera que de un momento a otro va a dictarse sentencia cuando se produce lo imprevisto: desde París llegan noticias sorprendentes, directamente relacionadas con este lamentable suceso.
Un hombre joven, se ha presentado en la Embajada de España para declararse autor o partícipe de los hechos y dice llamarse José Donday Hernández.
Confiesa haberse encargado de contratar el taxi, pero a la vez asegura que a el no le habían dicho en ningún momento que para robar el coche correo hiciera falta asesinar a los dos empleados, sino que seguramente bastaría con narcotizarles, y que sólo por eso se atrevió a formar parte de la pandilla.
Las autoridades militares deciden no iniciar expediente de extradición pues Donday se aviene de buena gana a acompañar a un policía español hasta la frontera y traspasada la cual se considera oficialmente detenido.
Gracias a la confesión de Donday y a los careos, las declaraciones de unos contra otros permitieron a la Policía Militar reconstruir como se produjeron los hechos.
Al parecer, la primera intención no era asesinar a los funcionarios de correos, sino, efectivamente, dormirles con un narcótico y los tres compinches una vez a bordo del coche correo, iniciaron una amistosa charla con los ambulantes.
Poco después sacaron una botella de vino de jerez, en la que habían puesto previamente fuertes dosis de un narcótico, y les invitaron, fingiendo beber ellos también pero como pasaban los minutos y el narcótico no hacía su efecto, se decidieron a actuar fulminantemente.
El acusado apellidado Teruel tomó una grandes tenazas que había en un cesto próximo y propinó con ellas un golpe fortísimo a uno de los empleados, que cayó de bruces.
Acudió el otro ambulante y forcejeó con el criminal, pero los otros dos le sujetaron los brazos mientras Teruel descargaba decisivos golpes sobre la cabeza de la víctima.
Ya en el suelo los dos hombres, los asesinos hicieron varios disparos sobre ellos, quedando el ruido disimulado por el fragor del tren en marcha y tras ello abandonaron el vagón con unas 170.000 pesetas en total, bajando sin ser vistos en la estación de Alcázar, donde les esperaba el coche previamente contratado por Donday.
Rápidamente se celebra un juicio sumarísimo, y se condena a muerte a José María Sánchez Navarrete, el funcionario de correos, Francisco Piqueras y Honorio Sánchez Molina, el “financiero” del golpe, mientras que a José Donday se libra de la muerte con una penas de treinta años.
Fuente: http://imagenesantiguasmadrid.blogspot.com/2017/01/el-crimen-del-expreso-de-andalucia.html