El fantasma de Bidebieta

Hubo un bar en Bidebieta cercano al caserío Moneda donde un buen día, como cada mañana, el dueño, se dispuso a levantar la verja y tras levantarla, se encontró con un escenario que a ningún barman le gustaría encontrarse: banquetas y mesas tiradas por doquier de mala manera, botellas y vasos rotos por los suelos.
El hombre, evidentemente, pensó que le habían entrado a robar. Pero algo fallaba. ¿Si habían entrado a robar, porqué no habían tocado la caja? Ni siquiera había desaparecido botella alguna.
Tras la denuncia, la pertinente pesquisa policial y la subsiguiente reorganización del bar, la vida en el local, aparentemente, volvió a la normalidad. Pero no por mucho tiempo.
Al día siguiente, sin ir más lejos, volvió a encontrarse con la misma escena: abierta la verja, todo el mobiliario tirado por doquier y el suelo bañado en alcohol y vidrios de botellas rotas. La paciencia del barman iba mermando por momentos. Poner una denuncia no había servido para nada. ¿Pero que podía ser aquello?¿Acaso una broma de pésimo gusto?
Transcurrieron los días y la situación fue cada vez a peor, repitiéndose siempre los mismos acontecimientos, una y otra vez. Imaginen el desasosiego del barman ante tal cúmulo de sucesos incomprensibles.
Por si fuera poco, nuestro protagonista se empezó a encontrar muy cansado. No debería parecernos extraño, viendo lo que diariamente tenía que padecer; pero no era el caso. Estaba cansado físicamente, se sentía pesado, como si algo o alguien le estuviera consumiendo sus fuerzas de manera anómala, especialmente cuando se hallaba trabajando en el bar. Temeroso de que pudiera ser algo grave, fue al médico y, éste, nada pudo hacer por él, salvo achacar el cansancio al estrés y recomendarle descanso. Y no pudiéndose evadir del bar, ya sea por el sentido del deber o la falta de encontrar alguien capacitado y de confianza para sustituirlo, siguió al frente del negocio a su pesar.
Un día, un parroquiano, de manera jocosa, le recomendó echar mano de lo esotérico: «de una bruja o algo parecido». Y si por «algo parecido», el parroquiano, se refería a una vidente, Dios lo sabrá. Sea como fuere, y esto ya me gustaría saber como se consigue, el barman contactó con una vidente.
Nada más llegar, la vidente empezó con sus rituales, a echar mano del péndulo y de la bola mágica. Pronto halló la solución al problema, o, al menos, el quid de la cuestión. Al parecer, el dueño del bar, estaba siendo acosado, y hasta poseído, por un ente sobrenatural: un fantasma. Fantasma que para manifestarse usaba de la fuerza vital de nuestro barman.
Según la vidente, aquel fantasma estaba morando allí debido a una cuenta pendiente, o sea, a un último acto inconcluso en el mundo terrenal que hacía que no pudiera ir al más allá. Nuestro fantasma era un alma en pena.
El fantasma había sido hijo de los antiguos moradores del caserío Moneda pues al volver de unas fiestas, seguramente de las de Alza o las de Herrera, achispado como iba, erró en el camino de vuelta y fue a caerse en las cenagosas y traicioneras aguas del humedal que una vez debió ser Bidebieta. Aquel pobre murió ahogado, muy cerca del caserío, a unos pocos pasos del mismo, y al no haber tenido ocasión de despedirse de éste mundo de los padres, se atormentaba a si mismo como fantasma y a los demás con su conducta.
Al final, la vidente consiguió mandar al otro barrio al infeliz fantasma. Éste, por fin, pudo despedirse y dejar de penar en este mundo y, lo que más importaba, de amargar la existencia al desdichado barman.
Fuente: http://donostiando.blogspot.com/