El asesinato de Spencer Perceval

La presencia de Bellingham en el vestíbulo de la Cámara de los Comunes el lunes 11 de mayo no causó ninguna sospecha en particular; había hecho varias visitas recientes, pidiendo a veces a los periodistas que confirmaran la identidad de determinados ministros.
Había pasado la mañana escribiendo cartas y visitando a la socia de su esposa, Mary Stevens, que estaba en Londres en ese momento y por la tarde acompañó a su casera y a su hijo a visitar el Museo Europeo, para luego desde allí dirigirse a los edificios del Parlamento en Westminster, llegando al vestíbulo poco antes de las cinco.
En la Cámara, al comenzar la sesión a las 17:30, el diputado Henry Brougham, llamó la atención sobre la ausencia del Primer Ministro y comentó que debería estar allí.
Un mensajero fue enviado a buscar a Perceval pero se encontró con él en en Parliament Street, o sea, que Perceval había decidido caminar y prescindir de su carruaje habitual de camino a la Cámara, donde llegó sobre las 17:15.
Cuando Perceval entró en el vestíbulo, se enfrentó a Bellingham que, sacando una pistola, disparó pues al Perceval en el pecho tambaleándose hacia delante unos pasos y exclamó «¡He sido asesinado!» antes de caer de bruces a los pies de William Smith, el diputado de Norwich.
Smith se dio cuenta de que la víctima era Perceval cuando giró el cuerpo boca arriba y acto seguido lo llevaron a una habitación contigua donde todavía tenía el pulso débil pero cuando un cirujano llegó unos minutos más tarde, el pulso se había detenido, y Perceval fue declarado muerto.
En el pandemónium que siguió, Bellingham se sentó tranquilamente en un banco mientras Perceval era llevado a los aposentos del Presidente y en el vestíbulo, tal fue la confusión que, según un testigo, si Bellingham «hubiera salido tranquilamente a la calle, habría escapado, y el autor del asesinato nunca habría sido conocido».
Tal como fue, un oficial que había visto el tiroteo identificó a Bellingham, que fue capturado, desarmado, manipulado y registrado pues cuando se le pidió que explicara sus acciones, respondió que estaba pues rectificando una denegación de justicia por parte del gobierno.
El Presidente ordenó que Bellingham fuera trasladado a los cuarteles del Serjeant-at-Arms, en donde los diputados que también eran magistrados llevarían a cabo así una audiencia de encarcelamiento bajo la presidencia de Harvey Christian Combe.
El tribunal improvisado escuchó las pruebas de los testigos oculares del crimen y envió mensajeros para registrar el alojamiento de Bellingham que mantuvo la compostura durante todo el tiempo; aunque se le advirtió contra la autoincriminación, insistió en explicarse: «He sido maltratado… He buscado reparación en vano. Soy un hombre muy desafortunado y siento aquí», poniendo la mano en el corazón, «suficiente justificación para lo que he hecho».
Dijo que había agotado todas las vías adecuadas y que había dejado claro a las autoridades que entonces se proponía tomar medidas independientes. Se le había dicho que hiciera lo peor: «Les he obedecido. He hecho lo peor, y me alegro de la acción».
Finalmente, sobre las 20:00 Bellingham fue acusado formalmente del asesinato de Perceval, y fue enviado a la prisión de Newgate para esperar el juicio.
En su celda de la prisión, Cobbett comprendió así sus sentimientos; el tiroteo les había «librado de uno al que consideraban el líder entre los que pensaban pues totalmente empeñados en la destrucción de sus libertades».
Cuando Bellingham fue llevado a Newgate, Samuel Romilly, reformador de la ley y además diputado por Wareham, escuchó de la multitud reunida «las más salvajes expresiones de alegría y exultación … que iban acompañadas con pesar de que otros, y en particular el fiscal general, no habían compartido así el mismo destino».
La multitud se agolpó en torno al viejo carruaje en el que iba Bellingham; muchos trataron de estrecharle la mano, otros se montaron en la caja del carruaje y tuvieron que ser golpeados con látigos.
Entre las clases gobernantes hubo temores iniciales de que el asesinato pudiera tratarse como parte de una insurrección general o podría desencadenar una, o sea, que las autoridades tomaron precauciones; se desplegaron los guardias a pie y la Household Cavalry, al igual que la milicia de la ciudad, mientras que se reforzaron las guardias locales.
En contraste con la evidente aprobación del público de las acciones de Bellingham, el estado de ánimo entre los amigos y colegas de Perceval era sombrío y triste.
Cuando el Parlamento se reunió al día siguiente, George Canning habló de «un hombre … de quien se podría decir con particular verdad que, cualquiera que fuera la fuerza de la hostilidad política, nunca antes había provocado la última calamidad a un solo enemigo».
Después de más tributos de miembros del gobierno y de la oposición, la Cámara trasladó una subvención de £ 50,000 y una anualidad de £ 2,000 a la viuda de Perceval, cuya disposición, ligeramente modificada, fue aprobada en junio.
Una investigación sobre la muerte de Perceval se llevó a cabo el 12 de mayo, en la casa pública Rose and Crown en Downing Street y entre los que testificaron estaban Gascoyne, Smith y Joseph Hume, un médico y diputado radical.
Él había ayudado a detener a Bellingham, y ahora testificó que por su comportamiento controlado tras el tiroteo, Bellingham parecía «perfectamente cuerdo».
El forense registró debidamente la causa de la muerte como homicidio intencional por John Bellingham y armado con este veredicto, el fiscal general, Vicary Gibbs, pidió al lord presidente de la Corte Suprema el que arreglara la fecha del juicio lo más pronto posible.
En la prisión de Newgate, Bellingham fue interrogado por los magistrados donde resulta pues que su comportamiento tranquilo y sereno les llevó, a diferencia de Hume, a dudar de su cordura, aunque sus guardianes no habían observado ningún signo de comportamiento desequilibrado.
James Harmer, el abogado de Bellingham, sabía que la locura proporcionaría la única defensa concebible para su cliente, y envió agentes a Liverpool para hacer averiguaciones allí.
Mientras esperaba sus documentos, se enteró por un informante de que el padre de Bellingham había muerto enloquecido; también escuchó pruebas de la supuesta desviación de Bellingham por parte de Ann Billett, la prima del prisionero, que lo conocía desde la infancia.
El 14 de mayo, un gran jurado se reunió en la Casa de Sesiones, Clerkenwell, y después de escuchar las pruebas de los testigos oculares, encontró «un verdadero proyecto de ley contra John Bellingham por el asesinato de Spencer Perceval» y finalmene el juicio se celebraría el viernes 15 de mayo de 1812 en el Old Bailey.
Cuando Bellingham recibió la noticia de su próximo juicio, pidió a Harmer que lo representara pues en el tribunal Brougham y Peter Alley, este último un abogado irlandés con reputación de extravagante pues confiado en su absolución, Bellingham se negó a discutir el caso con Harmer, y pasó la tarde y la noche tomando notas.
El juicio comenzó el viernes 15 de mayo de 1812, bajo la presidencia del juez James Mansfield, presidente del Tribunal de Súplicas Comunes.
El equipo de acusación estaba dirigido por el fiscal general, Gibbs, entre cuyos asistentes se encontraba William Garrow, futuro fiscal general y como Brougham se negó, Bellingham fue representado por Alley, asistido por Henry Revell Reynolds.

John Bellingham, el asesino de Spencer Perceval
Después de que Bellingham se declarara inocente, Alley pidió un aplazamiento para darle tiempo a poder localizar testigos que pudieran atestiguar la locura del prisionero y a esto se opuso Gibbs como una mera estratagema para demorar la justicia, o sea, Mansfield estuvo de acuerdo, y el juicio continuó.
Gibbs luego resumió las actividades comerciales del prisionero antes de encontrarse con la desgracia en Rusia: «ya sea por su propia mala conducta o por la justicia o injusticia de ese país, no lo sé». Relató los esfuerzos infructuosos de Bellingham para obtener reparación, y el consiguiente crecimiento de un deseo de venganza.
Habiendo descrito el tiroteo, Gibbs descartó la posibilidad de locura, sosteniendo que Bellingham estaba, en el momento del hecho, en pleno control de sus acciones y numerosos testigos presenciales testificaron lo que habían visto en el vestíbulo de los Comunes.
El tribunal también escuchó a un sastre que, poco antes del ataque, por instrucciones de Bellingham, le modificó el abrigo añadiendo un bolsillo interior especial, en el que Bellingham había escondido así sus pistolas.
Cuando Bellingham se levantó, agradeció al fiscal general por rechazar la estrategia de la «locura»: «Creo que es mucho más afortunado que tal alegato… haya sido infundado, de lo que debería haber existido en realidad».
Comenzó su defensa afirmando que «todas las miserias que es posible que la naturaleza humana sufra» habían recaído sobre él y luego leyó la petición que había enviado al príncipe Regente, y recordó pues sus infructuosos tratos con varias agencias gubernamentales.
En su opinión, la principal culpa no recaía en «ese individuo verdaderamente amable y muy lamentado, el señor Perceval», sino en Leveson-Gower, el embajador en San Petersburgo que, en su opinión, le había así negado originalmente la justicia y que, según él, merecía el disparo y no la víctima final.
Los principales testigos de Bellingham fueron Ann Billett y su amiga, Mary Clarke, ambas testificaron su historia de desquiciamiento, y Catherine Figgins, una sirvienta en el alojamiento de Bellingham pues lo había encontrado recientemente confundido, pero por lo demás un huésped honesto y admirable.
Al retirarse, Alley informó al tribunal que dos testigos más habían llegado de Liverpool y cuando vieron a Bellingham, se dieron cuenta de que no era el hombre de cuya desilusión habían venido a dar fe, o sea, se retiraron.
Mansfield comenzó entonces a resumir, durante el curso de lo cual aclaró la ley: «La única cuestión es si en el momento en que se cometió este acto, poseía un grado de comprensión suficiente para distinguir el bien del mal».
El juez aconsejó al jurado antes de que se retiraran que las pruebas demostraban que Bellingham estaba «en todos los aspectos en juicio completo y competente de todos sus actos».
El jurado se retiró y en 15 minutos regresó con un veredicto de culpabilidad, o sea, bellingham parecía así sorprendido pero, según el relato del juicio de Thomas Hodgson, estaba tranquilo y preguntado así por el secretario del tribunal si tenía algo que decir, permaneció en silencio.
A continuación, el juez leyó la sentencia, según consta en Hodgson, «de una manera muy solemne y muy conmovedora, que bañó en lágrimas a muchos de los auditores».
En primer lugar, condenó el crimen, «tan odioso y abominable a los ojos de Dios como odioso y también aborrecible para los sentimientos del hombre», y recordó al prisionero el corto tiempo, «muy corto», que le quedaba para buscar misericordia en otro mundo, y luego pronunció la sentencia de muerte: «Serás así colgado del cuello hasta que mueras, tu cuerpo será disecado y anatomizado».
La ejecución de Bellingham se fijó para la mañana del lunes 18 de mayo pues el día anterior, fue visitado por el reverendo Daniel Wilson, cura de la capilla de San Juan, Bedford Row, futuro obispo de Calcuta, que esperaba que Bellingham mostrara verdadero arrepentimiento por su acto.
El clérigo se decepcionó, concluyendo que «un caso más terrible de depravación y dureza de corazón que seguramente nunca ha ocurrido» y el domingo, Bellingham escribió una última carta a su esposa, en la que parecía confiado en el destino de su alma: «Nueve horas más me llevarán a esas felices playas donde la felicidad no tiene aleación».
Grandes multitudes se reunieron fuera de Newgate el lunes; una fuerza de tropas se mantuvo a la espera, ya que se habían recibido advertencias de un movimiento de «Rescate de Bellingham».
La multitud estaba tranquila y contenida, como lo estaba Bellingham cuando apareció así en el andamio poco antes de las 8 horas y entonces fue vendado, la cuerda atada, y una oración final fue así dicha por el capellán.
Cuando el reloj marcó las ocho, la trampilla fue liberada y Bellingham cayó a la muerte pues Cobbett, aún encarcelado en Newgate, observó todas las reacciones de la multitud: «miradas ansiosas… rostros medio horrorizados… lágrimas de luto… bendiciones unánimes».
De acuerdo con la sentencia del tribunal, el cuerpo fue cortado y enviado al Hospital de San Bartolomé para su disección.
Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Asesinato_de_Spencer_Perceval