Los Fantasmas del Palacete de Santa Eulalia
La comarca alicantina de Vilanopó esconde un lugar en el que su libertino y trágico pasado parece haber dejado huella en la presunta aparición de espectros y la proliferación de posibles fenómenos paranormales: la Colonia de Santa Eulalia situada entre el término municipal de Sax y el de Villena en Alicante.
Apariciones fantasmales y espectros condenados a formar parte de una escena que alguna vez se grabó en la película quemada del tiempo hielan la sangre de los que han tenido la suerte o la desgracia de encontrarse con ellos. Podría tratarse de una historia más, un cuento de fantasmas para entretener a los niños por las noches, si no fuera porque estos habitantes inciertos del Más Allá se han dejado ver y fotografiar en más de una ocasión. También sus voces han hallado eco en grabadoras y magnetófonos. Notas de gramola suenan todavía en la Colonia de Santa Eulalia. ¿Qué pasó allí? Celos, amor, juego, alcohol, desenfreno… Una auténtica galería de pasiones se pinta con lápiz de labios: el de doña María de Avial Peñas, vizcondesa de Alzira.
Estos habitantes inciertos del Más Allá se han dejado ver y fotografiar en más de una ocasión. También sus voces han hallado eco en grabadoras y magnetófonos. Notas de gramola suenan todavía en la Colonia de Santa Eulalia. ¿Qué pasó allí? Celos, amor, juego, alcohol, desenfreno… Una auténtica galería de pasiones con el nombre de mujer, el de doña María de Avial Peñas, vizcondesa de Alzira.
Cae la noche en las inmediaciones rurales de la comarca del Alto Vinalopó (Alicante) y la niebla se cierne sobre la Colonia de Santa Eulalia, una aldea abandonada en la que apenas viven ya tres o cuatro familias. Todo debería estar tranquilo en este reino de silencio, pero los ecos del pasado todavía suenan, reclamando un sitio entre esplendores y ruinas de antaño.
Los Prados de Santa Eulalia, propiedad del Conde de Alcudia, esperaban a finales del siglo XIX la llegada de doña María Avial Peñas y su marido, el Vizconde de Alzira. Nadie podía adivinar por entonces lo que aquella joven mujer supondría en el futuro.
La Vizcondesa de Alzira había sido dotada en matrimonio por su padre, un indiano que se hizo rico en Cuba, con 18 millones de pesetas, como los 18 años que tenía en el momento del enlace matrimonial. La pareja aportó el dinero necesario para crear la empresa que explotaría la propiedad del Conde de Alcudia, don Antonio de Padua, fundando así la empresa Saavedra y Bertodano.
Un imperio de prosperidad estaba a punto de nacer: alrededor de las productivas tierras se construyeron una veintena de casas para los colonos, un teatro, un casinete, una destilería, una tienda, una hospedería, una fábrica de harinas, una oficina de correos y telégrafos, una estación de tren, almacenes, molinos, almazaras, bodegas… Todo ello rodeado de jardines, estanques, fuentes y estatuas.
Jardines del Palacete de Santa Eulalia
En el floreciente conjunto urbano reinaba, por su grandeza y su exquisitez arquitectónica, el extraño palacio del Conde de Santa Eulalia. Extraño, sí, tan extraño como las figuras desnudas y sensuales que se grabaron en el relieve del frontón semicircular de la fachada, entre las que destaca, en el centro, un ángel con las alas y los brazos extendidos. A sus pies, arrodillados y en posición sumisa, los hombres desnudos parecen sacudidos por una súplica de placer y dolor.
Este edificio cuadrado de dos alturas que todavía hoy se mantiene en pie, retando al paso del tiempo, tiene doce dormitorios, salón, despacho, biblioteca, etc. Algunas estancias están decoradas con azulejos o pintadas con amorcillos sobre guirnaldas de flores. De nuevo los pequeños cupidos, símbolos del amor, flotan en el ambiente.
Los Vizcondes de Alzira y el Conde de Alcudia se vieron inmersos en una cadena tejida con eslabones de amor y odio. Don Mariano de Bertodano se ganó el desprecio de su esposa, la vizcondesa doña María, que miraba con buenos ojos al conde don Antonio de Padua. Las desavenencias conyugales acabaron explotando. Él se fue y ella se quedó con la compañía amorosa del conde, pasando de ser la Vizcondesa de Alzira a ser más conocida como La Condesa. La sociedad empresarial se disolvió y los amantes quedaron a cargo de la colonia.
Los Vizcondes de Alzira y el Conde de Alcudia se vieron inmersos en una cadena tejida con eslabones de amor y odio. Don Mariano de Bertodano se ganó el desprecio de su esposa, la vizcondesa doña María, que miraba con buenos ojos al conde don Antonio de Padua. Las desavenencias conyugales acabaron explotando. Él se fue y ella se quedó con la compañía amorosa del conde, pasando de ser la Vizcondesa de Alzira a ser más conocida como La Condesa. La sociedad empresarial se disolvió y los amantes quedaron a cargo de la colonia.
La hacienda prosperaba. El teatro Cervantes, la licorería y el casinete, como llamaban al casino que regentaba la vizcondesa, inundaban las noches de ocio y convertían aquel lugar apartado de todo en un enclave de fiesta y diversión muy famoso en los alrededores. Noches de apuestas y música, de juego y alcohol, se prolongaban hasta bien entrada el alba, cuando el primer rocío de la madrugada todavía soñaba con un silencio que rompía el silbido del tren al llegar a la estación.
Los colonos ocupababan su puestos de trabajo y los amos se sumergían en sus sueños, componiendo un dibujo enrarecido por uno de los secretos mejor guardados de la Colonia de Santa Eulalia, que había sido construida sobre un antiguo cementerio musulmán, como han demostrado unas recientes excavaciones. Pero los que bailaban, bebían y reían sobre las tumbas no podían saberlo…
Dicen que la vizcondesa andaba despechada porque el conde era un mujeriego y se consolaba entregándose al juego y al desenfreno en las noches de la Colonia de Santa Eulalia. Cuenta la leyenda que un día el conde se enteró durante uno de sus viajes a Barcelona de que su amante estaba al tanto de sus escarceos y, para vengarse, había transformado el casino en un burdel. Don Antonio de Padua regresó de inmediato para comprobar qué estaba pasando en el casino. Allí se vio seducido de nuevo por los encantos de doña María y, enfebrecido, apostó y perdió todo su dinero en aquella casa del placer. Arruinado y borracho, salió al jardín y tropezó en el estanque que hay delante del palacio, donde halló la muerte, pues se ahogó al caer con medio cuerpo, torso y cabeza, dentro del agua.
Desde entonces… siempre que el palacio es visitado por una mujer de parecido aspecto a la condesa, el conde hace acto de presencia, volviendo de su destierro del más allá. Pero la historia no para ahí… es curioso y significativo que todas las familias que han llegado a vivir en este lugar han quedado separadas de una u otra forma…Hoy también ocurre eso, de nuevo una familia separada.
Fuente: http://dimensionperdida.cl/