El incendio del Real Alcázar de Madrid

El incendio del Real Alcázar de Madrid fue un siniestro que destruyó por completo el Real Alcázar de Madrid, salvo por la Casa del Tesoro, entre la Nochebuena y el día de Navidad de 1734 y solo hubo una víctima mortal del incendio, una mujer.
Aunque se pudieron salvar las joyas más emblemáticas de la Corona, como la perla Peregrina y el diamante El Estanque y 1038 obras de arte, más de 500 lienzos desaparecieron en el incendio, junto con numerosos documentos todos ellos pertenecientes al Archivo de las Indias, bulas pontificias y otros papeles de Estado, además de innumerables estatuas y esculturas de madera, mármol, bronce, etc., y toda la colección de música sacra de la Capilla Real.
También se perdieron por completo las llamadas «colecciones americanas» y otras importantes pérdidas incluyen pues numerosos frescos realizados por maestros como Angelo Michele Colonna y Agostino Mitelli.
El antiguo Real Alcázar estaba situado en el mismo solar donde hoy se alza el Palacio Real de Madrid y fue residencia de la Familia Real española y sede de la Corte desde los Trastámara hasta su incendio en el Nochebuena de 1734 bajo el reinado de Felipe V.
El Alcázar fue edificado sobre una fortaleza musulmana del siglo IX construida por Mohamed I, emir de Córdoba, pues su muralla puede todavía hoy adivinarse en los alrededores del Palacio.
Tras la dominación cristiana, que siguió a la conquista de Toledo en 1085, pasó a convertirse así en uno de los palacios favoritos de los Trastámara, quienes recubrieron los techos con ricos artesonados, las paredes con yeserías y también el caso de los zócalos con azulejos.
El edificio, un castillo medieval de torres tubulares, techadas todas con empinados chapiteles de pizarra y rematadas así por afiladas saetas, fue ampliándose y mejorándose con el paso de los siglos, especialmente a partir del siglo XVI, o sea, cuando se convirtió en palacio real al designarse a Madrid capital del reino por Felipe II.
La primera ampliación la realizaría en el año 1537 Carlos I a su llegada a España, corriendo a cargo de los arquitectos Luis de Vega y Alonso de Covarrubias convirtiendo la vieja residencia en un palacio imperial, transformando el antiguo patio de armas en patio del Rey y construyendo el patio de la Reina, dejando la capilla y la nueva Gran Escalera en el centro del edificio.
La reforma se completó con la construcción de una nueva fachada que integraba el escudo imperial pues entre las dos torres medievales.
Le seguirían otras reformas llevadas a cabo por su hijo Felipe II, quién lo convirtió en Residencia Real y de la Corte en 1561 y entonces se construyó la famosa Torre Dorada en el ángulo sudoeste, realizada en ladrillo, con el cubrimiento de pizarra y repleta de balcones.
En la fachada norte se creó el Jardín de la Priora, y buena parte de las estancias interiores fueron decoradas entonces con pinturas al fresco y sus paredes recubiertas con una de las mejores colecciones de pintura y de tapices del mundo.
Si bien es verdad que nunca cesaron las reformas en el edificio, las obras definitivas del aspecto exterior corresponden a 1636, realizadas por el arquitecto Juan Gómez de Mora, reinando Felipe IV.
Esta nueva fachada permitió crear uno de los lugares más importantes del edificio: el Salón de los Espejos, además de integrarse en la plaza que estaba delante del Alcázar, lugar de gran importancia para la Corona ya que servía así para el ceremonial.
En el lado opuesto a la fachada, se construyeron las caballerizas reales y sobre ellas la sala de la Armería, cerrándose la plaza con dos galerías laterales.
Los Borbones iniciaron también una serie de reformas decorativas interiores muy al gusto francés, de donde procedían y en aquellas que se llevaron a cabo durante el reinado de Felipe V e Isabel de Farnesio resulta que en la Nochebuena de 1734 se produjo un estremecedor incendio que redujo a escombros la real fortaleza que había permanecido en pie durante varios siglos, y con ella, más de quinientas pinturas y otros muchos tesoros artísticos.
Aquella aciaga noche de 1734, con la Corte desplazada al Palacio de El Pardo –extraña ausencia teniendo en cuenta que normalmente celebraban los maitines de Nochebuena en la Capilla Real–, se declaró un misterioso y pavoroso incendio en el Alcázar que, según se sospecha, pudo tener su origen en un aposento del pintor de cámara de Felipe V, Jean Ranc donde un grupo de mozos del palacio incendiaron por accidente uno de los cortinajes de la estancia quizá por la celebración del día.
El fuego se propagó tan rápidamente y con tanta intensidad que se necesitaron cuatro días para poder controlarlo así Félix de Salabert, marqués de Torrecillas, relató días después de producirse el suceso que la primera voz de aviso no se dio de inmediato, sino aproximadamente hacia las 00:15 por parte de unos centinelas que hacían su guardia, y que el toque a fuego de los campanarios fue en un principio desatendido, ya que la gente pensaba que se llamaba a rezar por el carácter festivo de la jornada.
Los primeros en colaborar, tanto en la extinción del fuego como en el rescate de personas y objetos, fueron los frailes de la congregación de San Gil, pero por temor a saqueos del pueblo, inicialmente no se abrieron pues las puertas del Alcázar, lo que impidió un desalojo a tiempo, aunque los ímprobos esfuerzos llevaron a la recuperación de los objetos religiosos que se custodiaban en la Capilla Real, además de dinero en efectivo, oro, plata y joyas de la Familia Real, así como la Perla Peregrina y el diamante El Estanque, pero muchos otros quedaron fundidos por el calor del fuego.
Sin olvidar la pérdida de los documentos pertenecientes al Archivo de las Indias, las Bulas pontificias y demás papeles de todas las materias del Estado, cuya importancia es inestimable a nivel histórico.
Sin embargo, más dificultad conllevó la recuperación de los numerosos cuadros del Alcázar (perdiéndose para siempre unos 500 de los 2.000 con que contaba la colección), tanto por su tamaño como por su ubicación a varias alturas y así entre ellos: La expulsión de los moriscos, de Velázquez y otras varias obras suyas pero otros finalmente fueron salvados: Las meninas de Velázquez, El matrimonio Arnolfini de van Eyck y también retrato ecuestre de «Carlos V en Mühlberg» de Tiziano desclavándolos de los marcos y arrojándolos por las ventanas.
Bien es verdad que la desgracia con las obras de arte no fue a mayores ya que una parte de las colección pictórica así había sido trasladada previamente al Palacio del Buen Retiro para preservarla de las obras de reforma que estaban así teniendo lugar en el interior del Real Alcázar, pero no así las colecciones americanas que incluían las piezas ofrecidas a la Corona por los conquistadores.
Extinguido el incendio, el edificio quedó reducido totalmente a escombros y cuatro años después de su desaparición, Felipe V ordenó la construcción del actual Palacio Real o Palacio de Oriente, más proclive a su gusto, y cuyas obras así duraron unos treinta años siendo habitado por primera vez por Carlos III en 1764.
Actualmente el origen y las circunstancias del incendio siguen sin estar claras y mas cuando era un lugar vigilado las 24 horas del día por ser la residencia de Felipe V y su familia.
Pero las malas lenguas siempre han alimentado la teoría conspiratoria de que al monarca, nacido francés y habituado a los grandes parterres, praderas y setos del palacio de Versalles, no le gustaba el Alcázar.
En Madrid prefería el palacio del Buen Retiro, pues veía en el edificio medieval el símbolo del anterior régimen del que quería desprenderse.
El incendio vino a satisfacer aquel desdén regio, y sobre su solar, proyecto inspirado en el Palacio del Louvre de París, levantó el actual Palacio Real de Madrid, una construcción que se acercaba más a sus preferencias arquitectónicas.
La Colección Real de pintura, atesorada desde tiempos de Isabel la Católica e incrementada notablemente por Carlos I y sobre todo Felipe II y Felipe IV, estaba compuesta por obras de Tiziano, Tintoretto, Ribera, Durero, Brueghel, Rubens o Velázquez, entre otros muchos.
En el inventario de pinturas del Real Alcázar de Madrid, realizado por Bernabé Ochoa en 1686, se dice que había 614 pinturas originales, 120 copias originales, 234 pinturas de escuelas conocidas y 579 pinturas de autores desconocidos, lo que hacían un total de 1.547 pinturas.
Fuente: https://www.artycultura.net/2015/02/el-sospechoso-incendio-del-alcazar-de.html