«Handia», el increíble gigante vasco de 2,30 metros que conquistó Europa
Mikel Jokin Eleizegui Arteaga nació en el caserío de Ipintza de Altzo —un pueblecito de Guipúzcoa—, el 10 de julio de 1818, siendo el mediano de siete hermanos. Tuvo una juventud normal —al margen de la Primera Guerra Carlista que asolaba entonces el norte de España— hasta los 20 años, cuando siguió creciendo más de lo normal, probablemente por culpa de la acromegalia, es decir, por una secreción excesiva de la hormona del crecimiento.
Por trece onzas de oro, la manutención, cuatro camisas de lienzo regular, las gratificaciones y todo el tabaco que quisiera, Eleizegui —junto a su padre y su hermano Martín— firmó un contrato con la sociedad de Arzadun para recorrer «las poblaciones […] de España, o de cualquier otro reino», con la condición expresa de que «no podría pretender embarcar en ninguno de los mares a Miguel Joaquín». Primero fue Bilbao, San Sebastián, y más tarde vinieron Francia, Portugal o —al final tocó embarcarse— Inglaterra. El historiador Serapio Múgica —que no fue del todo coetáneo— escribió del tumulto que se armó cuando el Gigante —que era muy religioso y tenía por contrato la visita diaria a la Iglesia— quiso entrar en la Pilarica de Zaragoza y acabó rescatado por las fuerzas públicas de las garras de los curiosos.
Vestido de turco o de soldado isabelino, el Gigante Eleizegui recorrió Europa como una atracción de feria, mostrando su envergadura, dando vueltas sobre sí mismo y permitiendo que la gente pasase bajo sus brazos abiertos para sentir de cerca su inmensidad. Hay algunos documentos que elevan su altura hasta los 2,42 metros, pero probablemente se tratase de una estrategia de marketing decimonónico para amplificar su leyenda y, sobre todo, el tintineo de los reales de plata que ésta traía consigo. Al final de su vida, Eleizegui había actuado frente a gran parte de la monarquía Europea: aparte de Isabel II, visitó al Luis Felipe de Francia, a María de la Gloria de Portugal y a Victoria de Inglaterra.
Y precisamente en Inglaterra, en una convención de gigantes —sí, una convención de gigantes—, quisieron buscarle una pareja de su talla, una mujer inglesa que no se oponía al matrimonio, lo que provocó que Eleizegui pidiese a su padre volver a Altzo con su soltería intacta y su paciencia agotada. Y aunque no hay documentación que lo confirme, seguramente sufriese terribles dolores debido a su enfermedad, mientras su cuerpo seguía creciendo indefinidamente. Lo que quedó de su peripecia: varias docenas de miles de reales que en su testamento legó a su padre y a su hermano. Y, desde luego, la leyenda.
Fuente: https://www.elconfidencial.com/