El crimen de Antonio Ledo Espiñeira

El 21 de junio de 1904 era encontrado el cuerpo sin vida de Antonio Ledo Espiñeira que había hecho fortuna allende los mares en unos sótanos de la Plaza del Castillo.
Nadie sabía que camino había tomado Ledo Espiñeira desde el 6 de junio de 1904 ya que residía en hostales y pensiones de la capital lucense, siendo su último domicilio en la casa de la hermanas Acevedo.
Fueron precisamente ellas quienes alertaron a las fuerzas del orden público de la desaparición del indiano, ya que nada se sabía de él desde hacía ya algunos días.
La esposa del procurador Abelardo Taboada, Ramona Acevedo, alertó a dos amigos de su marido, entre ellos el abogado José Benito Pardo, del hedor que procede de los sótanos de su casa.
Previamente, había mandado a su criada, Casilda, a que bajase a aquel lugar para ver que era lo que podía causar aquel pestilente olor, aunque ella ya sospechaba que su marido pudiese tener algo que ver con la desaparición del prestamista.
Un buen día decide solicitarle un préstamo a Antonio Ledo de 8.000 pesetas aunque finalmente solo le podrá prestar 500 menos de lo acordado y el prestamista se entera de que la casa que Abelardo Taboada le ofrece como garantía está previamente hipotecada por parte del abogado José Benito Pardo, aunque este hecho resultará ser un rumor falso.
En la tarde del día de autos Ledo se dirige al número 17 de la Plaza del Castillo donde le aguarda para firmar el préstamo el procurador Taboada llevando las 7.500 pesetas.
Cuando llega al despacho el emigrante indiano le dice que le ha intentado estafar, o sea, se entera de que su vivienda ya está hipotecada dando origen a una discusión entre el procurador y el prestamista.
En un momento dado la discusión se sale de los cauces normales y el procurador coge un martillo con el que golpea en la cabeza a Antonio Ledo, quien cae al suelo sin poder reaccionar.
Acto seguido, le propinará un segundo golpe dejándole el rostro lleno e sangre y con unas arpilleras le envuelve la cara para evitar que esta se derrame al suelo.
Aquel mismo día, a las siete de la tarde, Abelardo Taboada tiene sesión en el Ayuntamiento de Lugo y en un momento dado solicita del mandatario local poder abandonar el pleno municipal, pues debe ir hasta su casa para examinar el cadáver de su víctima y no observa novedad alguna.
Al anochecer regresa a su casa como si no hubiese ocurrido nada pues le sugiere a su esposa que se vayan ella y la criada al día siguiente a la parroquia de Gomeán a visitar una tía de la primera que no se encuentra muy bien de salud.
Sin embargo, hay un detalle que le delata, ya que Ramona Acevedo se siente sorprendida cuando su marido le ofrece dinero para los gastos del viaje, o sea, algo nada usual en una persona que apenas le proporcionaba un céntimo para el sustento y gobierno de la casa.
Una vez más, Abelardo Taboada regresa al lugar del crimen para registrar los bolsillos de su víctima, apoderándose de la cantidad que se había comprometido a dejarle, 7.500 pesetas, además de algunas monedas de oro que lleva en el chaleco, así como un de un reloj de oro que porta el indiano.
Posteriormente, cerrará todas las ventanas de la casa para que no se pueda ver lo que hay en su interior y arrastrará el cadáver hasta el sótano para no levantar sospechas.
Al enterarse de que las hermanas Acevedo han decidido poner en conocimiento de las autoridades la ausencia de su huésped, Abelardo Taboada, emprenderá una precipitada huida.
Es visto por distintas personas que testificarán en su contra en el transcurso del juicio cuando toma un tren que le llevará a la ciudad de A Coruña, o sea, en el trayecto se encuentra con mucha gente que le conoce, entre ellas un distinguido comerciante lucense afincado en la capital herculina.
Al llegar a su primer destino, Taboada decide hacerse con los servicios de un mozalbete para que le consiga un billete de tercera clase a bordo del vapor de bandera neerlandesa Saint Thomas y hace llamarse Francisco Fariña Vecino con ánimo de despistar a las autoridades.
A las nueve de la noche el barco holandés leva anclas con destino a La Habana, donde pretende escabullirse de su brutal crimen, o sea, Francisco Fariña (Abelardo Taboada) cree que no lo condenaran.
Al aparecer el cadáver del indiano en los sótanos de la vivienda de su propiedad con claros signos de violencia, ya nadie duda que la autoría de su asesinato es obra de Abelardo Taboada.
Como consecuencia del macabro hallazgo en la casa número 17 de la Plaza del Castillo, son detenidas la esposa de Abelardo, Ramona Acevedo y su criada Casilda, así como un matrimonio amigo del procurador que son los maestros de Castro de Rei.
Sin embargo, serán puestos en libertad tras prestar declaración y comprobarse que nada tienen que ver con el brutal crimen Antonio Ledo Espiñeira.
El 28 de junio de 1904 un policía se acerca a él y le dice: «¿Don Francisco Fariña o don Abelardo Taboada, supongo?», quien tras atarle las manos a la espalda lo condujo hasta el penal militar de San Cayetano, dónde se le incautan las pertenencias que le había sustraído a Antonio Ledo, entre ellas 7.411 pesetas, el reloj de oro, y las monedas.
Ya, en prisión, para evitar su extradición a España, iniciará una huelga de hambre el 2 de julio, fecha en la que se conoce en Lugo que ya ha sido detenido por las autoridades de la isla caribeña.
A pesar de la huelga de hambre, el presidente cubano Carlos Estrada firmará el documento que concede su extradición a España con fecha del 29 de agosto donde solo será juzgado por los delitos de robo y asesinato.
El día de 2 de octubre de 1904 llega el procurador asesino al puerto a bordo del vapor Alfonso XIII y es entregado a agentes de la Benemérita que lo trasladarán a Lugo.
El juicio se iniciará el 17 de enero de 1905 que se prolonga a lo largo de tres días donde son llamadas a declarar distintas personalidades, entre ellas el alcalde de Lugo, Antonio Belón y el secretario municipal Carlos Pardo Pallín.
Asimismo, testificarán distintas autoridades del Círculo de las Artes de la capital lucense, así como su esposa, quien declararía que su marido había dejado de facilitarle dinero desde hacía meses para el sostenimiento de la casa.
Los testigos periciales, entre ellos el forense que practicó la autopsia al cadáver de Antonio Ledo, confirman que las manchas encontradas en el suelo del piso en el que se cometió el crimen son de sangre humana, así como las que también se encuentran en el martillo con el que se perpetró la atrocidad.
En la tarde del 19 de enero el jurado encargado de dictar sobre su culpabilidad o inocencia se retira a deliberar y en la mañana del día siguiente se hace pública la sentencia en la que se condena a Abelardo Taboada Roca a la pena de prisión perpetua.
Algo más de un mes más tarde, el 22 de agosto, Abelardo Taboada abandonará la prisión de Lugo para ser trasladado a la de Ceuta, en la que estaría internado unos quince años para ser trasladado posteriormente a la de San Miguel de los Reyes, en Valencia.
El procurador recobraría la libertad tras haber permanecido en prisión más de veinte años y aparecerá muerto el 24 de enero de 1930 en la mampostería de una obra de la coruñesa calle de las Herrerías.
Fuente: https://cronicasnuestrotiempo.com/2019/06/03/el-crimen-del-procurador/