El idioma ladino o judeoespañol

El djudeo-espanyol, djidio, djudezmo o ladino es la lingua favlada por los sefardim, djudios arrondjados de la Espanya en el 1492. Es una lingua derivada del kastilyano i favlada por 150.000 personas en komunitas en Israel, la Turkiya, antika Yugoslavia, la Gresia, el Marroko, Espanya i las Amerikas, entre munchos otros.
Este fragmento no tiene faltas de ortografía, ni es un dialecto medieval muerto, o sea, es un ejemplo en lengua ladina o judeoespañola, que habremos entendido sin dificultad, para suerte de todos los hispanohablantes.
El ladino se abre como una puerta a nuestra historia, para unirnos bajo una lengua hermana que nos lleva con un hilo invisible a cientos de lugares donde se diseminó el pueblo sefardí, la comunidad judía que habitaba la actual España.
El idioma actualmente llamado “ladino”, “judeoespañol” o “djudezmo” es, sencillamente, el castellano medieval que se hablaba en España hasta 1492, cuando los judíos sefardíes fueron expulsados por los Reyes Católicos.
Durante estos quinientos años, una parte del pueblo sefardí ha conservado ese castellano antiguo y lo ha practicado generación tras generación, llegando hasta nuestros días.
Procede del castellano medieval, aunque también incluye otras lenguas de la península y mediterráneas, o sea, fruto de su entorno judío y de sus movimientos poblacionales, también tiene inclusiones hebreas, turcas o griegas.
Su nombre “ladino” proviene de “latino” al traducir escrituras hebreas a castellano como solían hacer los sefardíes.
La presencia de la comunidad judía en la península ibérica se remonta al menos hasta el siglo III a.C., en el marco de las guerras púnicas, momento en el que la península ibérica pasa a ser dominio del Imperio romano y se experimenta un incremento de judíos que se establecen en el actual territorio español.
Hasta el siglo XV, la península ibérica concentraba la comunidad judía más grande del mundo, establecidos de forma próspera en multitud de ciudades como la multicultural Toledo, Zaragoza, Barcelona, Sevilla, Palma de Mallorca o así Córdoba entre otros.
El 31 de marzo de 1492, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, los posteriormente llamados Reyes Católicos, inician la expulsión de los judíos que habitaban en la corona de Castilla y la Corona de Aragón, a través del Edicto de Granada.
La comunidad judía tuvo 4 meses, exactamente hasta el 10 de agosto, para dejar atrás su vida en estas tierras para así instalarse en un nuevo lugar, a no ser que decidiesen convertirse al cristianismo.
Estas fueron las condiciones de su expulsión que marcó la vida de la comunidad judía sefardí:
- «Acordamos de mandar salir todos los judíos y judías de nuestros reinos y que jamás tornen ni vuelvan a ellos ni así alguno de ellos».
- No había excepciones, bien hubiesen nacido en estas tierras o hubiesen llegado desde otras.
- Desde el 31 de marzo hasta el 10 de agosto de 1492 fue el plazo que tuvo la comunidad judía para marcharse. Quienes no lo hiciesen o volviesen con posterioridad, serían castigados con la pena de muerte y sus bienes serían confiscados. En este tiempo, podrían vender sus bienes inmuebles y llevarse el precio en letras de cambio, ya que la salida de monedas acuñadas en oro o plata estaba prohibida, o en mercancías, a excepción de caballos, también prohibido.
- Quienes auxiliasen a los judíos de alguna forma (escondiéndolos, ayudándolos, etc), perderían «todos sus bienes, vasallos y fortalezas y otros heredamientos».
Y así, de la noche a la mañana, se calcula que 200.000 judíos abandonaron los territorios de Castilla y Aragón, o sea, se diseminaron en diversas regiones del mundo, siendo principalmente el Imperio otomano (actual Turquía), Marruecos, Portugal, los Balcanes, regiones de Centroeuropa y, posteriormente, Latinoamérica.
Abandonaron la tierra de Sefarad, pero no abandonaron su propia lengua pues en estos países donde el idioma ladino sigue vivo, aglutinando una comunidad estimada entre 150.000 y 500.000 ladinoparlantes, o sea, que aún hoy en día podemos seguir escuchando el ladino, en pleno 2020.
Los dos principales focos de inmigración de sefardíes fueron el Imperio otomano y Marruecos. En estas dos tierras, los sefardíes establecidos tenían un buen nivel económico y social, lo que les permitió con ello conservar sus costumbres, tradiciones y su propia lengua durante más de 400 años.
Además, el uso de este idioma significaba un símbolo de pertenencia a la comunidad judía así tal fue la expansión del judeoespañol en Turquía que los turcos le llamaban simplemente “judío”, y en el siglo XVII un diplomático otomano, al visitar España, expresó su sorpresa al escuchar la lengua que hablábamos en estos lares, tal y como escribió en una carta al gobierno del Imperio otomano:
No obstante, estas dos zonas han marcado las dos ramificaciones principales del judeoespañol: el ladino, hablado en Balcanes, Turquía e Israel mayoritariamente, y el haquetía, hablado en Marruecos con numerosas inclusiones árabes.
Fuente: https://esefarad.com/?p=95707