Leyenda de la Bella Susona

Allá por el siglo XIV, los judíos, tras a la persecución de la que fueron objeto y la innumerables vejaciones sufridas, planearon una venganza contra los cristianos y el lugar elegido para las reuniones fue la casa de Diego Susón, cabecilla de la revuelta.
Este banquero vivía con su hija Susana Ben Susón, conocida en la ciudad como “la fermosa fembra” por su gran belleza y recibía tantos halagos de sus numerosos pretendientes que soñaba con alcanzar algún día un puesto en la vida social de la ciudad y comenzó a verse con un caballero cristiano, perteneciente a una de las más nobles familias de la villa.
Una noche, mientras esperaba en su casa que todos se acostasen para ir al encuentro de su amante, se enteró de la conspiración que tramaban los suyos con su padre a la cabeza.
Temiendo que le pasase algo a su amado, Susona acudió a él para advertirle del peligro que corría, y que así este pudiese ponerse a salvo pues no se dio cuenta que ello ponía en peligro a toda la colonia judía de Sevilla.
Su amante informó inmediatamente al asistente de la ciudad, don Diego de Merlo, quien ordenó detener a los cabecillas de la misma y pocos días después fueron ahorcados en Tablada, donde se ejecutaba a los facinerosos, parricidas y peores criminales.
Sus cadáveres permanecerían todo el año colgados, y una vez al año se recogían los restos y entonces se enterraban en el cementerio de ajusticiados, en el compás del Colegio de San Miguel frente a la Catedral.
La lista de ajusticiados fue la siguiente: Diego Susón; Juan Fernández de Albolasya, el Perfumado, letrado y alcalde de Justicia; Pedro Fernández de Venedera, mayordomo de la Catedral; Manuel Saulí; Bartolomé Torralba, los hermanos Adalde y hasta veinte ricos y poderosos mercaderes, banqueros y escribanos de Sevilla, Carmona y Utrera.
Posteriormente, y a causa de las investigaciones sobre el caso llevadas a cabo por el Santo Oficio, fueron ejecutadas otras dos mil personas, o sea, le salió muy caro el intento de la Bella Susona de labrarse pues una posición social.
A partir de aquí termina la historia y empieza la leyenda, de la que existen dos versiones. Una de ellas, tras ser repudiada por su pretendiente y por los judíos como causante de la muerte de su propia gente, tras caer en la cuenta de su grave error, la Susona, desesperada, buscaba ayuda en la Catedral, donde el arcipreste Reginaldo de Toledo, obispo de Tiberíades, la bautiza y le da la absolución, aconsejándole que se retirase a hacer penitencia a un convento, como así lo hizo y permaneció allí varios años hasta poder tranquilizar su espíritu y luego volvió a su casa donde llevó una vida cristiana y ejemplar.
La otra versión es diametralmente opuesta: fruto de sus amores con un obispo tuvo dos hijos y, tras ser abandonada por este, se hizo amante de un comerciante de la ciudad. A la muerte de la Susona, y así tras abrir su testamento, se encontró en él escrito:“Y para que sirva de ejemplo a los jóvenes en testimonio de mi desdicha, mando que cuando haya muerto separen mi cabeza de mi cuerpo y la pongan sujeta en un clavo sobre la puerta de mi casa, y quede allí para siempre jamás”.
Se respetó su voluntad y, tras su muerte, durante más de un siglo, hasta bien entrado el 1.600, o sea, que su cabeza permaneció donde indicaba el testamento, dando lugar al nombre de calle de la Muerte.
Tiempo después se colocó un azulejo con una calavera, se cambió el nombre de la calle, por el de Susona, que todavía permanece y hace unos años se colocó un gran azulejo que relata la historia de la infeliz.
Fuente: http://leyendasdesevilla.blogspot.com/2011/01/historia-de-la-susona-la-fermosa-fembra.html