El hombre de la máscara de hierro
Luis XIV, el Monarca más poderoso de Francia seguramente en toda su historia (a menos que tengamos en cuenta a Napoleón, quien no fue rey sino emperador y además a la postre fracasó), gobernó sobre una nobleza postrada y una burguesía aduladora que le permitían hacer a su antojo. Su mundo era uno de refinadas costumbres, de bailes de gala, de tradiciones absurdas para nosotros (como el deber de ciertos nobles de vestir al Rey en un orden determinado) pero que se seguían de manera sistemática. Francia tendría mejores días. Sus reyes no.
En estos años apareció un hombre misterioso que muchos vinculan a la Monarquía. Se trataba de un prisionero que fue condenado hacia finales de julio de 1669 y sobre cuya sentencia no se sabe mucho. Para ser precisos, la máscara era de terciopelo, siendo escritores posteriores (como Alejandro Dumas) quienes popularizaron la idea de una máscara de hierro. Lo que sí se sabe es que cubría, a todas horas, el rostro del prisionero y así nadie en la prisión sabía de quién se trataba.
De acuerdo con uno de los pocos documentos que llegaron a la actualidad, el nombre del sujeto era Eustache Dauger. Fue enviado a la prisión bajo órdenes del Marqués de Louvois (ministro de Luis XIV) con una serie de instrucciones muy particular.
El hombre permanecería aislado, en un cuarto con varias puertas que se cerrarían una después de la otra. Esto le impediría a cualquiera que se acercase poder oír lo que sucedía desde afuera. El gobernador de la Prisión de Pignerol (Dauvergne de Saint-Mars) se encargaría de su cuidado por sí mismo y solo estaba autorizado para entrar a la habitación una vez en el día, entregar comida y verificar que al preso no le hiciese falta nada.
Sin embargo, éste no estaba autorizado para hablar. Si pronunciaba una sola palabra que no estuviese relacionada con sus necesidades básicas sería ejecutado inmediatamente y claro, siempre debía llevar puesta su máscara.
En la carta original del Marqués se menciona que Dauger no debía pedir mucho, pues se trataba “sólo de un valet”. En aquellos tiempos, un valet era una especie de sirviente personal, un cargo de importancia pero, por supuesto, subordinado a un señor.
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