La Batalla de Iñaquito

La batalla de Iñaquito o de Añaquito fue un combate que se produjo en el curso de la guerra civil entre los conquistadores del Perú entre las fuerzas rebeldes de Gonzalo Pizarro frente a los soldados que eran leales al Virrey del Perú Blasco Núñez Vela.
Se desarrolló en la llanura de Iñaquito, situada al norte de Quito (territorio de la actual República del Ecuador), el día 18 de enero de 1546. El resultado de la batalla fue la derrota completa del Virrey Núñez Vela y decapitado en pleno campo de batalla.
Pese a que esta batalla sirvió para fortalecer el poder de Gonzalo Pizarro en el Perú, al mismo tiempo significó su ruptura irreconciliable con la Corona española.
En 1542 fue creado el virreinato del Perú y la Real Audiencia de Lima, y al año siguiente llegaban al Perú el virrey Blasco Núñez Vela y los oidores de la flamante Audiencia.

Blaco Núñez Vela
El virrey llegó con el decidido propósito de hacer cumplir las recientemente promulgadas Leyes Nuevas, que abolían las encomiendas y prohibían así el trabajo personal de los indios.
Los encomenderos protestaron y organizaron una rebelión donde eligiendo como líder a Gonzalo Pizarro, que por aquel entonces era rico encomendero en Charcas (actual Bolivia).
Gonzalo marchó al Cuzco, donde fue recibido y fue proclamado Procurador General del Perú para protestar las Leyes Nuevas ante el Virrey y además si fuese necesario, ante el propio Emperador Carlos V (1544).
En Lima, el virrey Núñez Vela se hizo odioso por sus arbitrariedades, pues llegando al extremo de asesinar con sus propias manos a un vecino suyo, o sea, llán Suárez de Carbajal.
Los oidores de la Audiencia, en su afán de ganar popularidad, se inclinaron a defender los derechos de los encomenderos: tomaron prisionero al Virrey (18 de septiembre de 1544) y lo embarcaron, de vuelta a España.

Gonzalo Pizarro
Gonzalo Pizarro entró triunfalmente en Lima el 28 de octubre de 1544, al frente de 1200 soldados pues los oidores lo recibieron por Gobernador del Perú.
La rebelión contra la Corona española ya era un hecho. El caudillo gozó del apoyo popular, sus hombres lo llamaban el Gran Gonzalo y a su alzamiento, la «Gran Rebelión».
Mientras tanto, el Virrey consiguió escapar, tras convencer a su custodio, el oidor Juan Álvarez, de dejarlo libre y tras ello desembarcó en Tumbes, en la costa norte peruana, y se dirigió a Quito, donde reunió tropas, formando un nuevo ejército y marchó al sur, para enfrentar a los rebeldes gonzalistas.
El virrey ocupó San Miguel de Piura y continuó hacia el sur aunque Gonzalo Pizarro al enterarse de ello salió de Lima con sus fuerzas marchando hacia el norte, llegando a Trujillo.
El virrey retrocedió entonces, temiendo el poderío de su adversario y volvió a Quito a marchas forzadas mientras estaba siendo perseguido de cerca por Gonzalo, sin combatir o combatiendo muy poco y luego se dirigió mucho al norte, hacia Popayán (actual Colombia).
Mientras tanto, el capitán Diego Centeno se sublevó en Charcas alzando la bandera del Rey y Gonzalo Pizarro, desde Quito, ordenó que a Francisco de Carvajal emprendiera campaña en ese nuevo frente, mientras él quedaba a la espera del virrey.
El virrey siguió concentrado en Popayán, donde recibió refuerzos del Norte y uno de los capitanes que se le sumó fue Sebastián de Benalcázar que era el gobernador de Popayán.
Fue entonces cuando Pizarro planeó una inteligente estrategia para sacar al virrey de Popayán, posición que consideraba difícil de atacar: dejando en Quito una pequeña guarnición a las órdenes de Pedro de Puelles, aparentó marchar al Sur con todo su ejército y encargando así a sus aliados indígenas propagar la versión de que iba en auxilio de Carvajal contra Centeno.
Cayó el virrey en el engaño y poco después sacó sus tropas de Popayán con intenciones de apoderarse de Quito pero el caudillo rebelde en vez de pasar al Sur se había estacionado a tres leguas de Quito (río Guallabamba).
Recién en Otavalo los espías del virrey le descubrieron el engaño; era tarde para retroceder y se ocultó la noticia a las tropas que para no desanimarlas, continuaron el avance, ya decidido a librar batalla.
Así llegó hasta la orilla del Guallabamba que daba frente a la posición de los rebeldes pues era ésta demasiado ventajosa, razón por la cual Benalcázar aconsejó al virrey desviarse a Quito por un camino poco frecuentado, plan que fue aceptado.
Triste fue el recibimiento otorgado al virrey en Quito, donde sólo había mujeres que, sabedoras de la superioridad bélica de Gonzalo, le estaban reprochándole el haber «ido allí a morir».
El superior de los franciscanos ofreció refugiar en su convento a Blasco Núñez, a la vez que invitó a Benalcázar a retirarse cuanto antes, pero las proposiciones que fueron desoídas.
Entre tanto, los pizarristas habían tomado también el camino hacia Quito pues el virrey, considerando poco propicio empeñar la defensa en la ciudad, arengó a sus tropas y les dio orden de salir a dar la batalla que empezaba la tarde del 18 de enero de 1546.
En una altura que dominaba levemente dicho Valle formó Gonzalo Pizarro sus tropas pues contaba con un total de 700 hombres; de ellos 200 portaban arcabuces y 150 montaban caballos.
Su maese de campo, por ausencia de Francisco de Carvajal, era Pedro de Puelles. Uno de los jefes de caballería era el licenciado Benito Suárez de Carbajal y les acompañaba el oidor Vásquez de Cepeda. Pizarro pronunció encendida arenga, cuyas frases finales fueron estas: «Caballeros, a pelear y defender vuestras libertades, vidas y haciendas».
Las fuerzas del Virrey la conformaban algo más de 400 hombres, o sea, su caballería era casi similar en número a la de su adversario bajo el mando del maese de campo Juan Cabrera, y capitanes de arcabuceros y piqueros: Sancho Sánchez Dávila, Francisco Hernández Girón, Pedro de Heredia y Rodrigo Núñez de Bonilla.
La caballería fue dividida en dos escuadrones; el Virrey tomó el mando del mayor y el otro entregó a sus capitanes Sebastián de Benalcázar, Pedro de Bazán y Hernando de Cepeda.
El Virrey también pronunció una conmovedora arenga, prometiendo ser el primero en romper su lanza contra el enemigo: «Que de Dios es la causa, de Dios es la causa, de Dios es la causa».
Se inició la batalla con el fuego de la arcabucería realista, que acto seguido fue respondido por el de los rebeldes y entonces encabezó el virrey a sus jinetes, atacando la posición de Puelles.
El choque de ambas caballerías, casi iguales en efectivo, fue violento. Pero los arcabuceros gonzalistas vendrían a desequilibrar la lucha, cuando al situarse en un flanco de los contrarios empezaron a diezmarlos.
El combate entre los infantes favorecía también a los gonzalistas, que eran muy superiores en número y Benalcázar fue herido por varios disparos, a la vez que eran muertos Juan de Guevara y Sánchez Dávila.
Muertos sus jefes, la infantería realista se desmoronó pues la ya vencedora caballería rebelde arrollaba sin compasión, en tanto que los arcabuceros no cesaban de disparar.
El virrey, fue finalmente alcanzado por un hachazo que le asestó Hernando de Torres recibiendo herida mortal en la cabeza y en un primer momento no lo identificaron por llevar el uncu indígena encima de su armadura pero poco después un soldado lo reconoció y la noticia llegó al licenciado Benito Suárez de Carbajal, cuyo hermano Illán había sido muerto por el virrey.
El licenciado se dirigió entonces para matarlo con sus propias manos y así vengar a su hermano, pero se lo impidió Pedro de Puelles, al decirle que era una gran bajeza matar a un hombre ya caído.
Entonces Benito Suárez mandó a un negro esclavo suyo que degollase allí mismo al Virrey y una vez que lo cumplió la cabeza fue clavada y alzada en una pica para que la vieran todos.

Batalla entre las tropas de Gonzalo Pizarro y Blasco Núñuz Vela
La muerte del Virrey terminó por desmoralizar a los infantes realistas que aún resistían, los cuales fueron encerrados y aniquilados. Sólo unos cuantos pudieron escapar, perseguidos por los jinetes pizarristas, gracias a que tras caer la noche Gonzalo hizo tocar las trompetas, reunió su gente y poniendo así fin a la lucha.
Del bando del Virrey murieron unos trescientos, mientras que los rebeldes lamentaron escasísimas bajas: apenas siete. Pizarro no se ensañó con sus prisioneros; Hernández Girón y Benalcázar, heridos en la lucha, obtuvieron honorable perdón.
Unos cuantos de los más recalcitrantes antigonzalistas fueron ahorcados o desterrados a Chile pues fue suerte para los realistas que allí no estuviese el cruel Francisco de Carvajal, pues entonces ninguno hubiese escapado de la muerte.
La cabeza cortada del Virrey fue arrastrada por el suelo hasta Quito donde se le puso en la picota y merced a la solicitud de los vecinos, el cuerpo y la cabeza del malogrado virrey fueron reunidos y hallaron sepultura digna en la catedral de Quito, para posteriormente ser trasladados a su tierra, Ávila, en España. Terminó así la vida del primer virrey del Perú.
Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Batalla_de_I%C3%B1aquito