La leyenda de la isla del barón de Benifayó
El Barón de Benifayó compró una isla en el Mar Menor, la que todos conocemos como la Isla del Barón. En ella hizo construir una réplica de su palacete de San Pedro, que también se conoce como la Casa Rusa. Se trata de un palacete neomudejar del siglo XIX, con ventanas de arco de herradura, paños de teja árabe y un gran portal con escalinata y mosaico. Además posee una ermita y una torre esquinada de 5 plantas construida en los años 60. Esta casa era una copia a pequeña escala del pabellón español en la Exposición Universal de Sevilla de 1873. Pues bien, este palacio encierra toda una historia de misterio y muerte.
Tras este contexto genealógico, geográfico e histórico, iniciamos una historia que evoca el pasado, un misterioso e inquietante asesinato que se mece entre voces marineras en las cálidas aguas del Mar Menor y cuenta la leyenda:
Como su fortuna era abundante, los pensamientos del barón se centraban en la organización de frecuentes celebraciones, donde tuviera la ocasión de lucir aquel idílico paisaje. A una de esas frecuentes fiestas asistió una princesa rusa, de la que se enamoró perdidamente por su juventud y belleza. La familia de la joven, arruinada, dio el beneplácito para que ambos contrajeran matrimonio. No obstante, ella no amaba ni deseaba esa relación que había surgido por la obligación de sus padres.
Obligada al cruel destino que le esperaba, cerró su corazón y perdió para siempre su vista en el mar con melancólico gesto. Constantemente descendía hasta la playa de los contrabandistas, desnuda y abandonando sus reflexiones entre las olas que golpeaban fuertemente las rocas. Invitados y pescadores observaban con embeleso y lujuria los largos paseos de la princesa, que no tuvo nunca más dueño que el mismo mar; el mar era la fuente que hacía olvidar aquellos pensamientos que consternaban diariamente a la joven, siempre sumida en una lacónica tristeza.
El barón, mientras tanto, iba llenándose de rabia e impotencia, sabiendo que nunca podría conseguir su amor. Una noche, durante una de las habituales fiestas, la joven rusa abandonó el bullicio palaciego para perderse nuevamente en sus pensamientos, contemplando el horizonte desde la orilla de la playa. El barón aprovechó dicha oportunidad, envuelto de egoísmo y derrota, para matar a la joven, valiéndose de uno de sus criados. Nadie volvió a ver a la bella princesa con vida.
Han pasado dos siglos y el alma del barón ha quedado encerrada entre las ruinas de aquel palacete que, en vida, fue su morada y ahora es sólo su cárcel. No obstante, en nuestros días, aún quedan marineros que perjuran haberse encontrado con el fantasma de aquella espléndida mujer, adornado con un resplandor que provoca el aturdimiento, en las más oscuras madrugadas, que envuelven esta isla de tinieblas, enclavada en el corazón de la albufera de Murcia.
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