LA GALLEGA QUE SALVÓ A 500 JUDÍOS
“Un hombre de estatura elevada, barbudo y sucio, tapado con un abrigo de mendigo, está acurrucado en una esquina del único banco de madera del andén. Lleva todo el día mirando de reojo pasar vagones Miño abajo. Cae la noche de abril sobre la estación de ferrocarril de Ribadavia. La voz sale desde el quiosco, famoso por las rosquillas, dulces de almendra y licor de café, que regentan las hermanas Touza: «Mira ese hombre, lleva todo el día ahí sentado sin coger un tren…». Año 1.941. Europa se desangra en la II Guerra Mundial.
Los judíos que pueden huyen hasta el mismísimo fin del mundo para escapar de las llamas del Holocausto. Lola, una de las hermanas de la cantina, no duda en acercarse al forastero le habla en español y él responde, con sus tristes ojos azules, en lenguas que ella no comprende. ¿Compasión, instinto? La gallega nunca explicó por qué dio cobijo en su casa a aquel desarrapado. Pero lo hizo.”
Las hermanas Touza, Lola, Amparo y Julia, vivían en un peculiar casino, en el que se jugaba a las cartas, y había un salón de baile, lugar también en el que las hermanas, en los duros años de la posguerra daban de comer y ofrecían ropa a gente que se veía obligada a emigrar en busca de trabajo. Regentaban además un kiosko, la cantina de la estación de tren de Rivadavía, con lo que estaban al tanto de la clandestinidad acaecida tras la guerra, siendo un zulo de la cantina el escondite que utilizaban algunos vecinos para guardar el Cafe Sical que conseguían de contrabando.
Con aquél hombre del andén, las hermanas Touza empezaron a tejer una red de fuga (dicen que la más importante de la península). Esta red se iniciaba en Gerona, en la frontera con Francia, y en un primer tramo llegaba hasta Medina del Campo, y desde allí continuaba hasta Monforte y Rivadavia, donde solían llegar los judíos perseguidos al anochecer (Judíos y otros perseguidos llegaban a Ribadavia marcados y contactados desde Monforte. Los enlaces los conducían hasta ellas en su cantina de la estación y corrían con los gastos de coches y guías que esperaban al otro lado de la frontera). En la fase final, eran llevados a la frontera portuguesa, y desde el País vecino embarcaban rumbo a América o puertos del norte de África. El Cantábrico era más peligroso por estar más controlado por los alemanes. Para esta labor, se rodearon de colaboradores fieles hasta la muerte, José Rocha Freijedo y Javier Minguez Fernandez (El Calavera), ambos taxistas, Ricardo Pérez Parada (El Evangelista), un tonelero que había aprendido inglés y polaco siendo emigrante en Nueva York y hacía de traductor, y el barquero Ramón Estévez. Según la ruta que eligiera Lola (tenia 3: por senderos, por carreteras de tercera y cruzando el Miño), actuaban sus cómplices, héroes anónimos también.
¿Qué pasó con el hombre del andén, gracias al que empezó esta historia?, aquel hombre barbudo y sucio de tristes ojos azules, se llamaba Abraham. Una mañana de 1.941, Lola se acercó a Francisco Estévez mientras descargaba un vagón de ladrillos, junto a su hijo y le preguntó: “¿cuándo vais de pesca?, necesito que me hagáis un favor. Tengo aquí a una persona que quiere pasar a Portugal, pero no quiere hacerlo en tren ni por carretera.” Lola había oído que dos agentes de la Gestapo merodeaban por los alrededores del pueblo buscando un judío-alemán que había escapado. Esa misma madrugada, a las 4, Francisco y Ramón Estévez acudieron a casa de Lola armados con sus cañas de pescar. Le dieron una caña al hombre, y le dijeron que no hablara. Se fueron directos a la orilla del Miño, y echaron a andar toda la noche.
Fuente: http://holocaustoenespanol.blogspot.com.es/