El palacio embrujado Echevarría
El palacio Echeverría ubicado en la intersección de Avenida Salvador con calle Fresia, en la comuna de Providencia, este lugar se transformó a principios del siglo XX en uno de los centros más importantes del espiritismo chileno.
La dueña de casa, Inés Echeverría –apodada “Iris”- junto a las hermanas Ximena y Carmen Morla Lynch, acostumbraban contactar a los espíritus del Más Allá en uno de los salones de la casona, los mismos espíritus que, cuando se manifestaban, comenzaban a mover la mesa donde se realizaban las sesiones –una mesa tan pesada que necesitaba tres hombres para ser movida-, además de gatillar otros terroríficos eventos, como llamas que surgían espontáneamente, y que por cierto obligaron numerosas veces a los vecinos a llamar a la compañía de Bomberos de la comuna (los bomberos afirman que cuando llegaban a la casa no sólo no había fuego, sino que tampoco humo ni olor a quemado).
César Parra en su libro Guía mágica de Santiago (Ril, 2003) detalla que en estas sesiones, las Morla «eran capaces de hacer correr por los retumbosos corredores pianos, mesas de comedor y otros armatostes». Y va más allá, diciendo que esos sucesos inspiraron a Isabel Allende para escribir su novela La casa de los espíritus.
La vida de Inés Echeverría -la más ilustre dueña que ha tenido la casa de calle Fresia 638- se vio marcada por la muerte de su hija Rebeca, que a los 37 años fue asesinada de un tiro en la espalda por su esposo, Roberto Barceló Lira. Ese hecho de sangre -ocurrido en 1933 y motivado por problemas de dinero- habría sido el puntapié inicial de los extraños fenómenos que allí, casi 80 años después, siguen ocurriendo.
José Matute Mora fue comandante del Cuerpo de Bomberos de Santiago durante 10 años. Al final de su período, en 1997, fue testigo de un fenómeno que, hasta el día de hoy, no logra explicar. Una tarde cualquiera, el teléfono de la central anunció un incendio en la casona de calle Fresia. «Despachamos tres máquinas hacia el lugar, pero cuando llegamos no había nada: ni fuego, ni humo, ni olor a quemado. Reinaba una absoluta tranquilidad», recuerda Matute, hoy retirado.
Lo que ignoraban los inquietos vecinos era que las refulgentes llamas eran fenómenos paranormales, algo habitual para los ejecutivos de las distintas empresas del grupo Busel que en la actualidad ahí funcionan.
Jéssica Contreras es recepcionista en el «Castillo», como llaman al edificio: «A veces se siente como que pasa un frío por delante. La primera vez creí que era sugestión. No pasaron ni dos segundos y todas las cajas de la bodega se vinieron abajo. Fui a mirar y no pude entrar. Esa misma ráfaga gélida me lo impidió», dice.
Claudio Luna lleva 30 años a cargo de la bodega, lugar donde en más de una oportunidad la puerta le ha jugado una mala pasada, quedando encerrado. Todavía no sabe cómo, quién… o qué.
«Yo era escéptico, no creía que los muertos pudieran hacer cosas, pero ahora estoy convencido de que la energía queda. No es que los muertos penen, pero esa energía está aquí», asegura Roberto Busel, director ejecutivo de la empresa. «Estás usando la radio y de repente se prende y se apaga sin ninguna lógica. Se abren y cierran las puertas, se caen las cajas. Acá todo se mueve. Mi madre ha traído a cuanto machi encontró. Alguna época, el olor a sahumerio fue permanente», concluye.
El padre de Roberto asistió al remate de la propiedad en 1983. Corrió solo; nadie más se presentó y se la adjudicó fácil. «El último dueño era Enrique Venturino, cabeza del Teatro Caupolicán en la segunda mitad del siglo XX», cuenta Busel. «Pero cuando llegamos, aquí vivían seis familias que la tenían convertida en basural. ¡Nos echaron a peñascazos! Luego, cuando logramos recuperarla, quisimos remodelarla y crear una especie de galería y paseo público, como en el barrio Italia. Pero en la municipalidad nos dijeron que no les interesaba», remata el propietario de la «casa de los espíritus» de Providencia.
Fuente: http://diario.latercera.com/