Los duendes del Torreón del Castillo de la Concepción
Cuentan viejos legajos que allá por el siglo XV empezaron a suceder en torno al castillo fenómenos tan curiosos y extraños como estremecedores para las gentes de la época.
Sucedió que, en uno de los frecuentes combates navales de la época, un jebe que cartagenero capturó prisionero a un renegado murciano que luchaba en un barco argelino. El hombre fue traído a Cartagena y juzgado por renegar de la religión cristiana. Se le condenó a cien azotes y a pasear en burro por la ciudad hasta su arrepentimiento. Como el murciano persistía en su postura de renegado, fue condenado a muerte y concluyó su días ahorcado en una almena de uno de los torreones del castillo.
A partir de la muerte del renegado murciano comenzaron a escucharse, en uno de los torreones que miraban hacia el Norte, extraños y escalofriantes chirridos, como de cadenas arrastrando, y que las gentes interpretaron que eran producidos por los grilletes del alma en pena del hombre ahorcado. Al mismo tiempo se contemplaban misteriosas luces que tan pronto brillaban en un punto de la pared de piedra del torreón como, en décimas de segundo, desaparecían para hacerse nuevamente visibles en otro espacio del muro.
Era en aquellos años vigía de la torre Pedro Espín, que allí vivía junto a su joven y bella hija Ana, huérfana de madre, y que estaba locamente enamorada de un apuesto general pues se trataba de Johan Maldonado, que así se llamaba el militar, había llegado un otoño a Cartagena con la intención de poner en práctica su programa bélico. Además, cuentan que cada noche, aprovechando el pasadizo secreto que unía el puerto con la Catedral, y ésta con una estancia oculta del castillo, el capitán Maldonado visitaba los aposentos de Ana Espín.
Y así debió de ser la noche de difuntos de ese año, víspera del día de Todos los Santos, cuando descargó en la ciudad una torrencial tormenta. Aquella noche el agua anegó calles y plazas, y -alentada por la fuerza del viento- golpeó con fuerza sobre los muros del castillo. En el torreón, el ruido de las cadenas fue mayor que el de los truenos, y las luces sobre las paredes llegaron a ser más brillantes que los relámpagos. Aunque, más pavoroso que todo esto, fue la aparición de una blanca figura envuelta en brumas que durante aquella noche se vio recorrer la torre esparciendo un penetrante olor a cuero quemado, moho y azufre.
A la mañana siguiente, cuando cesaron truenos y relámpagos, y ya amainado el temporal de viento, encharcado en agua y sangre, apareció muerto el capitán Maldonado. Una certera estocada le había partido el corazón en dos cuando acudía en secreto a visitar a su amada la cual después de vagar durante nueve meses por los pasadizos, subterráneos, salas y secretas estancias del castillo, terminó tomando los hábitos de monja.
Cuenta la historia que el torreón fue purificado con agua bendita y así los ruidos cesaron, cuando menos por un tiempo.
Fuente: http://historiasyleyendasdecartagena.blogspot.com.es/