La Leyenda del Negro de Triana
Dice la creencia popular, que el año 1842 tras un invierno de especial crudeza, un alfarero del barrio acudió a la parroquia trianera para dar gracias a la Santa por ser curado de unas fiebres que lo habían tenido postrado varios meses. Estando orando frente al altar de las Ánimas del Purgatorio (actual capilla de la Virgen del Carmen junto a la capilla de la Divina Pastora) un anciano apareció de la nada junto a él y le dijo enérgicamente mientras señalaba el altar de Santa Cecilia: – “Ahí esta enterrado el esclavo asesinado por el Marques de ……”-. Sorprendido por tal repentina intervención, el alfarero giró la cabeza y miró donde apuntaba la mano del hombre pero cuando volvió la vista a éste no se encontraba nadie en dicho lugar.
Aterrado y confundido, Castro (que así se llamaba el alfarero) salió de la Parroquia y volvió a su taller para intentar olvidar esta aparición debida según terminó por pensar a alguna alucinación fruto de la enfermedad que hasta bien poco había sufrido. Pasadas algunas semanas, y habiendo regresado a la parroquia mientras rezaba en el mismo altar de las Ánimas, notó que lo zarandeaban del hombro y el mismo hombre de la anterior vez le refería aun con mas vehemencia: -“ ¡Castro, Castro! Ahí está el esclavo asesinado; debes comunicárselo al Señor Cura… ¡Ahí está!”- .
Esta vez convencido de la veracidad de dicha aparición, Castro corrió a comunicarlo a los curas de la Iglesia obteniendo solo burlas y respuestas incrédulas, siendo pronto extendida esta historia por el barrio acompañada de la fama de loco y embustero sobre el alfarero, estigma que perduró hasta que murió al poco tiempo.
Después de tres años y ya fallecido el señor Castro, se llevaron a cabo unas obras de restauración y ajuste de dicho altar de Santa Cecilia, para las cuales se debió retirar la parte inferior de éste, descubriéndose detrás el sepulcro de “el Negro”. Claro está, ante tal descubrimiento rápidamente volvieron a las mentes de todos los vecinos las historias que el alfarero contaba y las apariciones a las que hacía referencia. Tanto es así, que el cabildo de la Parroquia decidió retirar permanentemente el altar y dejar al descubierto la susodicha lápida. Además de ello se comenzó a investigar la identidad de dicho personaje y se dio con unos legajos que hacían referencia al tal Íñigo Lopes.
Lápida sepulcral de Íñigo Lopes aún con el rostro reconocible
Estos escritos remontaban al 16 de noviembre de 1493, momento en el que las naves españolas comandadas por Colón avistaron la isla caribeña de Borinquén. En su afán conquistador, los españoles no tardaron en encontrar un poblado habitado por indígenas que se sometió a los que entendían eran dioses. Tras varios días entre ellos, Colón dispuso su marcha y pidió como tributo a algún joven que le sirviera de ayudante en su vuelta. Lejos de negarse, el jefe de la tribu le ofreció a su propio hijo, al cual Colón mandó hacia España bajo tutela de un franciscano que lo integró en el sevillano convento de San Francisco. Allí, el ‘Negro’ aprendió a seguir el camino de Dios, a amarlo y respetarlo, y como un fraile más permaneció en el convento durante 8 años. Durante éstos, fue bautizado por su padrino y benefactor al mismo tiempo de la orden franciscana, el ‘Marqués de…’ , llamándolo Íñigo Lopes.
Poco a poco, el Marqués se fue convirtiendo en un inseparable de Íñigo Lopes hasta que un día pidió “cumplir con su deber de padrino” y lo arrancó del convento para ponerlo a su servicio. Íñigo no tardó en adaptarse al nuevo cambio, visto que en el hogar de su señor disponía de todo cuanto podía desear, y precisamente el deseo de tenerlo todo por parte del Marqués fue lo que acabó con él.
Una mañana, Íñigo se estaba bañando desnudo en un estanque cuando el ‘Marqués de…’ le asaltó y le pidió, o más bien obligó, a que le dejara yacer junto a él. Escandalizado, más aún por la educación de castidad que había recibido en el convento, el borinqueño se negó y su señor, poco acostumbrado a que nadie le llevara la contraria, apagó sus deseos a golpes con Íñigo, acabando en pocos minutos con su vida.
Arrepentido de dicho acto, el ‘Marqués de….’ Estableció que el esclavo tan amado por él debía ser enterrado en suelo sagrado y dispuso una lapida de lujosa factura y renovadora técnica para el momento (azulejos renacentistas de Niculoso) en tan importante iglesia como es la Real Parroquia de Santa Ana, como intento de espiar tal grave pecado.
Aspecto actual del sepulcro y la reja protectora
Probablemente debido a esta historia que se escuchaba por Triana del amante asesinado (o quizás porque alguna muchacha en busca de marido lo hizo y tuvo un fructífero resultado) se extendió ampliamente la creencia de que cualquier mujer que le de siete patadas o golpes con el tacón del zapato a la tumba, se casaría en poco tiempo. Es por ello que desde su redescubrimiento hacia 1850 mujeres jóvenes y no tan jóvenes del barrio se han acercado al sepulcro de Iñigo Lopes a cumplimentar tan curioso ritual esperando encontrar esposo en breve plazo.
El problema es que además de curiosa, esta costumbre es bastante destructiva y provocó un deterioro constante de la lapida hasta que en los años 70 del siglo XX se coloco una reja protectora que poco a poco ha ido disuadiendo de dichas actividades hasta caer en desuso hoy día.
Fuente: http://www.sevillamisteriosyleyendas.com/