Frederick Dufferin y el más allá
Frederick Dufferin, fue un famoso político inglés, nacido en Florencia (1826), que llegó a desempeñar altos cargos. Gobernador general de Canadá (1872), embajador en San Petersburgo (1879) y en Estambul (1881). Durante su virreinato en la India (1884/88), Birmania fue incorporada al Imperio. En 1888 fue embajador en Roma, y de 1891/96 en París. Falleció en Londres (1902).
En 1880, Lord Dufferin pasaba sus vacaciones en la casa de campo irlandesa de un amigo. Cierta noche tuvo un sueño tan extraño que le hizo despertarse sobresaltado. Tras levantarse, tuvo la ocurrencia de mirar por una ventana, viendo a poca distancia la figura de un hombrecillo enjuto y de aspecto desagradable, que avanzaba tambaleándose bajo el peso de un ataúd. Extrañado por algo que no tenía explicación, Dufferin salió de la casa con intención de interrogar al desconocido, pero al tratar de hacerlo, éste desapareció como si se hubiera evaporado.
Al día siguiente relató lo sucedido a su amigo, quien quedó igualmente confuso, ya que no encontraba ninguna explicación ante tan extraña aparición.
Algunos años más tardes, Lord Dufferin, ya embajador en París, asistía a una recepción diplomática en el Grand Hotel de esta ciudad. Cuando iba a entrar en el ascensor en compañía de su secretario, retrocedió y rehusó subir… Había reconocido en el ascensor al personaje que había visto años antes, en Irlanda, llevando a cuestas un ataúd.
Sorprendido el embajador, se dirigió con su secretario, a la recepción del hotel para tratar de averiguar la identidad del extraño ascensorista, cuando de pronto se oyó un terrible estruendo; al llegar el ascensor al quinto piso se rompió el cable y, fallando los dispositivos de seguridad, se estrelló contra el fondo del pozo, causando la muerte de todos sus ocupantes.
Las circunstancias del accidente fueron debidamente registradas por la prensa de la época; por otra parte, no fue posible descubrir la identidad del ascensorista, ya que las minuciosas investigaciones acabaron fracasando.
Fuera quien fuera aquel extraño hombrecillo y viniera de donde viniera, lo cierto es que había salvado la vida a Sir Frederick Dufferin.
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