La auténtica historia de los caballeros templarios en España

La orden del Temple era una orden militar que surge en el siglo XI durante la primera cruzada formada por monjes cuya misión era la de luchar por el cristianismo con el poder de las armas.
Fue promovida por el papa Urbano II, y que culminó con la conquista de Jerusalén en el año 1099 y que durante dos siglos tuvieron una gran repercusión en la historia.
En el mes de junio de 1308. Frey Pedro Rovira, caballero templario en la Corona de Aragón, lleva medio año refugiado tras los muros del castillo que la orden posee en Libros, a orillas del río Turia, en la provincia de Teruel.
En octubre de 1307, el monarca francés Felipe IV detuvo por sorpresa a sus hermanos de la orden en el país vecino, bajo terribles e injustas acusaciones de herejía.
Poco después, en diciembre, el rey de la Corona de Aragón, Jaime II, a quien tan buenos servicios habían prestado, siguió el ejemplo de Felipe IV y ordenó detener a todos los templarios de la Corona y confiscar sus bienes.
Algunos hermanos, entre ellos el maestre provincial –frey Ximeno de Landa–, no tuvieron tiempo de reaccionar y fueron apresados de inmediato y otros, como el propio Rovira, consiguieron atrincherarse en alguna de las fortalezas de la orden y resistir como pueden el duro asedio al que les someten las tropas del rey.
Unas semanas más tarde, vencido ya por el hambre, la fatiga y el desánimo, el heroico frey Pedro Rovira rendirá la plaza a las tropas reales, siendo detenido y conducido hasta La Alfambra.
Algunos de sus hermanos, repartidos por distintas fortalezas del Temple como Miravet, Ascó, Monzón o Chalamera, resistirán aún varios meses más, antes de la rendición definitiva.
Son los últimos momentos de la Orden del Temple, cuya historia apenas se había prolongado durante dos siglos, pero que ya había conseguido dejar una huella imborrable en la Península Ibérica.
La llegada de los templarios a los reinos peninsulares se produjo en fechas muy tempranas. De hecho, ya en marzo de 1128 –apenas ocho años después de la fundación de la orden en Jerusalén y varios meses antes del Concilio de Troyes, en el que se confirmará su regla– la reina de Portugal, doña Teresa, hace una importante donación al templario Raimundo Bernardo: el castillo de Soure, en Braga.
La siguiente noticia que se posee sobre la orden se remonta a julio de 1131, cuando el conde de Barcelona, Ramón Berenguer III, ingresa en el Temple poco antes de fallecer, tras haber donado también a los caballeros el castillo de Granyena (Lleida).
Un año más tarde otro conde, Armengol IV de Urgel, hace lo propio al entregar en manos templarias la fortaleza tarraconense de Barberá que tendrá una gran relevancia.
La entrega de las tres fortalezas en los territorios de Portugal y Cataluña, una especie de puertos templarios, posee un elemento común: todas ellas se encuentran en primera línea del frente contra los musulmanes, y en todos los casos los donantes las ceden con la intención de que la joven orden se implique de forma activa en la defensa de los territorios cristianos de la Península.
Esta será, la principal diferencia entre la presencia del Temple en los reinos hispánicos y el resto de las posesiones de la orden en otros lugares de Europa.
Pese a las reticencias iniciales, los templarios de la Península participarán en los esfuerzos de la Reconquista, como si aquellas tierras amenazadas por los musulmanes fueran un reflejo de Tierra Santa en Occidente.
Coincidiendo con aquellas primeras donaciones iba a tener lugar uno de los principales hitos dentro de la historia del Temple en la Península, o sea, en 1131 el rey Alfonso I el Batallador dictaba su testamento que dejaba todas sus posesiones en manos de las tres órdenes militares de Tierra Santa: Santo Sepulcro, Temple y Hospital.
Con la muerte del monarca en 1134, sin embargo, el testamento no llegará a hacerse efectivo ya que los nobles navarros y aragoneses se niegan tajantemente a su cumplimiento, nombrando los primeros a García Ramírez como monarca, y los segundos a Ramiro, hermano del Batallador y en esas fechas obispo de Roda-Barbastro.
Por su parte, y vista la delicada situación, las tres órdenes prefieren mostrar un prudente silencio, aunque sin renunciar a sus derechos pues una vez que Ramiro II el Monje asciende al trono contrae matrimonio con Inés de Poitou.
El nacimiento de la hija de ambos, Petronila, permitirá a su padre entregarla en esponsales a Ramón Berenguer IV, que a partir de ese momento añadirá el título de príncipe de Aragón al de conde de Barcelona.
Con Ramiro apartado de la política y entregado por completo a su vida espiritual –aunque conservando título y corona–, será el conde de Barcelona quien tenga que solucionar el problema del testamento del Batallador.
Primero alcanzó un pacto con el Hospital y el Santo Sepulcro en 1140 y, ya tres años después, logrará un acuerdo con el Temple, sin duda mucho más sustancioso para la orden.
Fuente: https://www.historiaespanaymundo.com/secciones/edad-media/autentica-historia-templarios-espana