Los asesinatos de Lock Ah Tam

En la noche del lunes 30 de noviembre de 1925, Lock Ling Tam celebraba su vigésimo cumpleaños en casa de sus padres, en Birkenhead, frente al río Mersey (Liverpool).
Su padre, Lock Ah Tam, en 1882 conoció en Cardiff a Catherine Morgan, con la que se casó. Su primer hijo, Lock Ling, nació aquel mismo año, seguido de Doris, en 1906, y de Cecilia, en 1908, cuando la familia se instaló en Birkenhead.
Una vez terminada la fiesta la familia se fue a dormir y Doris, de diecinueve años y Cecilia, de diecisiete.compartían su dormitorio de la segunda planta con una joven llamada Margaret Sing, que ayudaba a Catherine en las faenas de la casa.
Cuando Lock Ling se disponía a meterse en la cama, oyó discutir a sus padres en el dormitorio del piso inferior pues ee reunió con sus hermanas y los tres bajaron a la habitación de sus padres.
Lock Ah Tam, en camisa de dormir, chillaba y agitaba los brazos ante su mujer y cuando su hijo le increpó por maltratar a su madre, Tam, con furia creciente, lo negó, entablándose una violenta discusión.
El padre los mandó que se fueran cada uno a su cuarto, incluyendo a la señora Tam pues ella y sus hijas se metieron en el cuarto de estar de la primera planta, pero el joven corrió escaleras abajo y cruzó el patio para buscar a una vecina.
Margaret Sing había permanecido en su cuarto durante todo el incidente y entonces, Tam la llamó personalmente: “Maggie, baja y saca mis botas del salón”.
Margaret Sing obedeció y después el señor Tam la mandó subir a vestirse pues cuando volvió a bajar pasó ante la puerta entreabierta del dormitorio del matrimonio.
Al hacerlo vio reflejada en el espejo la figura de Lock Ah Tam empuñando un revólver con una terrible expresión de furia en el rostro y aterrorizada la joven entró en el cuarto de estar contiguo, donde la señora Tam estaba llorando consolada por sus hijas.
La criada les contó lo que había visto y ante ello las mujeres se encerraron inmediatamente en la estancia apoyando algunos muebles contra las puertas.
Mientras lo hacían oyeron salir ruidosamente a Tam de la habitación que aporreó la puerta para que le dejaran entrar y una vez que Tam volvió al dormitorio, esperaron a que todo estuviera tranquilo, desmontaron la barricada y, silenciosamente, se refugiaron en la cocina.
En aquel momento entró Lock Ling por la puerta contigua, acompañado por una desconcertada vecina, la señora Louisa Chiu. decidiendo lo que iban a hacer.
Lock Ling mandó a la señora Chiu, a Margaret Sing y a su hermana Doris que se metieran en el office, a Cecilia que se ocultara tras la caldera de gas y a su madre detrás de la puerta que daba al vestíbulo.
En el momento en que salía precipitadamente en busca de la policía se oyó una ensordecedora detonación, o sea, Cecilia vio a su madre desplomada en el suelo.
En la puerta de la cocina apareció el cañón de un revólver donde hubo una segunda detonación, y Cecilia cayó muerta ante lo que Lock Ling se dio la vuelta y miró por la ventana de la cocina iluminada.
Tuvo una rápida visión de su padre, quien, blandiendo una escopeta y un revólver, pasaba ligera y silenciosamente por encima de los cuerpos. Vio una olla de cobre caída en el patio y la arrojó por la ventana de la cocina.
Doris y Margaret Sing se abrazaban sobrecogidas por el pánico. Doris exclamó: “¡Oh, papá!, ¿por qué has hecho eso?” Pero Lock Ah Tam no respondió.
En vez de ello, se dirigió directamente hacia la puerta de la cocina y disparó dos veces a la cabeza de su hija mayor, que, mortalmente herida, cayó también.
Dejando a Margaret Sing y a la señora Chiu sollozando una en brazos de la otra, Tam volvió a su cuarto y guardó las armas en su sitio. Era la 1,45 de la madrugada cuando volvió a bajar las escaleras, descolgó el teléfono y dijo al operador: “Póngame con el ayuntamiento”.
El sorprendido operador le puso en comunicación con la comisaría de Birkenhead. “Mande a un agente, por favor -dijo Tam-. Acabo de matar a mi mujer y a mis hijas. Vivo en el 122 de Price Street”.
Todo comenzó mucho antes, o sea, el 11 de agosto de 1918 Tam estaba allí tomando una copa y jugando al billar cuando, de repente, se abrió la puerta y una pandilla de marineros rusos borrachos invadió el local.
Se inició una pelea, que acabó en el momento en que uno de los rusos asió una bola y la arrojó contra la cabeza de Tam, fracturándole el cráneo… A consecuencia de la herida tuvo que guardar cama durante quince días.

Lock Ah Tam
Aquella herida cambió radicalmente el carácter de Tam. Se volvió irritable, distraído, taciturno, su amabilidad y placidez desaparecieron y empezó a tener bruscas e incontroladas explosiones temperamentales ante la más ligera provocación, real o imaginaria.
En 1924 le acaeció una nueva desgracia. Había invertido más de diez mil libras esterlinas -una pequeña fortuna en aquella época- en un negocio de barcos que finalmente fracasó.
Con objeto de superar aquella crisis, Lock Ah Tam se compró una escopeta de dos cañones y en una ocasión al volver de una de estas cacerías invitó al taxista a tomar una copa en su casa.
Entablaron conversación y el hombre dijo algo que irritó a Tam, de tal manera que cayó en uno de sus arrebatos de ira y tuvieron que apaciguarle pues cuando posteriormente le comentaron el incidente, aseguró no recordar ni una palabra y se lamentó por haberse comportado de aquel modo.
Una noche de principios de noviembre de 1925, al volver a casa bebido Tam observó que su hijo Lock Ling había dejado apagar el fuego y el padre lo buscó para preguntarle por qué no había mandado subir carbón a la criada, Margaret Sing.

La comitiva funeral de Catherine y Cecilia Ah Tam
La respuesta del joven fue fría y crispada: “No estoy aquí para echar carbón al fuego. El incidente sólo sirvió para aumentar la tensión en las ya difíciles relaciones entre ambos.
Pero al pedirle una explicación sobre la carnicería de Price Street, Tam replicó: “Mi hijo ha sido la causa de todos los problemas y mi mujer ya no tenía una palabra amable para mí. La culpa es de mi hijo”.
El funeral de la muy querida Catherine Ah Tam y de sus dos hijas atrajo a una muchedumbre afligida, pero no fue el final de la tragedia, o sea, la ley exigía una muerte más en aquella familia que vengara los crímenes.
Cuando el martes 5 de febrero de 1926 se inició en la Audiencia de Chester el juicio por los tres crímenes, el estado mental de Lock Ah Tam era objeto de intensos estudios.
El ayudante del jefe de Policía de Brikenhead, Arthur Lodge, comentó que cuando el detenido entró en la comisaría le temblaban las manos y tenía los ojos desorbitados.
Pero un sargento declaró que el acusado encendió un cigarrillo con mano firme y utilizando solamente una cerilla al tiempo que cuando él llegó a Price Street, Tam estaba sobrio.
Por otra parte, uno de los invitados afirmó que, según el hijo de Tam, su padre parecía “empapado de alcohol” al final de la fiesta y se mostraba más efusivo que de costumbre. “Mi padre parecía ligeramente alterado”. Y explicó: “No se le entendía con claridad”.

La ejecución de Lock Ah Tam en la horca el 23 de marzo de 1926.
El abogado de Tam era sir Edward Marshall Hall, el hombre que tres años antes había defendido con éxito a la señora Fahmy en el Old Bailey. Era tal el dolor que le producían ahora sus piernas varicosas, que el juez McKinnon le permitió interrogar sentado al testigo.
-¿Se comportaba su padre como un demente cuando estaba bebido? -preguntó a Lock Ling. Sí, en esas ocasiones se desquiciaba.
-¿Tenía ideas absurdas? Sí.
-Cuando estaba sobrio, ¿era un buen padre y un buen marido? Sí.
Marshall Hall aconsejó a Lock Ah Tam que se declarase “no culpable” pues sabía que la única esperanza de su cliente radicaba en probar que la noche en que asesinó a su familia no era responsable de sus actos.
Marshall Hall iba a apoyarse en la tesis de que Tam, enloquecido, había caído en un estado de “automatismo inconsciente” a causa de un ataque epiléptico.
Él argumentaba que el impacto producido en 1918 por la bola de billar había afectado a su cerebro haciéndole enfermar de epilepsia, y esta enfermedad crea un ansia irrefrenable de alcohol que, a su vez, provoca y agrava las convulsiones.
La defensa alegó al tribunal que el negocio de barcos de Tam acababa de declararse en quiebra y que esto le había causado una aflicción tal, que había alterado su equilibrio psíquico.
Sin embargo, al intentar acogerse a la definición legal de demencia, Marshall Hall se encontró con una contradicción, o sea, el acusado, había llamado a la policía tras cometer los crímenes, por lo que era consciente de ello.
Sin embargo, el letrado argüía que ningún hombre en su sano juicio mataba de aquel modo, sin ningún motivo e inmediatamente después de una fiesta familiar.
-Yo creo -dijo el defensor al iniciar su alegato- que si estudiamos las tragedias griegas, no podremos encontrar ninguna más conmovedora que ésta…
En el cerebro de este hombre se produjo un cambio inesperado que ninguno de nosotros sería capaz de explicar ya que lo transformó, de un padre de familia tierno, amable y pacífico, en un loco furioso.
La prueba más importante de la defensa procedía del doctor Ernest Reeve, especialista en enfermedades mentales, cuyo diagnóstico era que el acusado, como resultado de la agresión, agravada por el excesivo consumo de alcohol, había sufrido un “automatismo inconsciente».
El doctor explicó que un ataque epiléptico y un automatismo epiléptico son dos cosas totalmente distintas, o sea, el ataque dura generalmente unos segundos y el automatismo epiléptico puede durar hasta cuatro horas.
Tam, ya en prisión, recordaba la discusión con su mujer y la llamada telefónica a la policía, pero no recordaba haber disparado contra Catherine ni contra sus hijas.
El abogado de la acusación, sir Ellis Griffith, sometió al doctor Reeve a un intenso interrogatorio. “¿Cómo puede usted afirmar eso?” Tam telefoneó a la policía y dijo: “He matado a mi mujer y a mis hijas.” “Sí, -replicó el doctor-, aquello lo hizo en estado de automatismo.
Podía darse cuenta de todo ya que un enfermo en esas condiciones es como un sonámbulo que puede andar por el borde de un tejado y hacer cualquier clase de cosas con, aparentemente, todo su conocimiento. Pero después no le queda el recuerdo de sus actos.”
La acusación presentó pruebas que refutaban estos argumentos, o sea, el doctor Watson, un oficial médico de la prisión de Brixton, testificó que después de la detención reconoció a Tam y lo encontró perfectamente sano y razonable, sin la menor huella de epilepsia.
El doctor opinaba que el acusado había actuado aquella noche movido por el alcohol y no por la epilepsia, o sea, el jurado sólo tardó doce minutos en emitir el veredicto.
Lock Ah Tam no manifestó la menor emoción una vez que el juez McKinnon leyó el veredicto tras considerarlo culpable del asesinatos de su familia y fue sentenciado a muerte.
La apelación de Tam fue rechazada y, a pesar de la campaña popular a favor del indulto, el martes 23 de marzo de 1926, murió ahorcado en la prisión de Walton, Liverpool.
La víspera de la ejecución Lock Ah Tam se mostró valeroso, entero y amable, y al despedirse le aseguró a su abogado: “Sé que hice algo malo, aunque entonces no me diera cuenta y ahora no lo recuerde. A pesar de todo, si obré así, ellos tienen que cumplir con lo que ordena la ley.”
Fuente: https://criminalia.es/asesino/lock-ah-tam/