3 Leyendas de Brasil

Brasil es uno de los países que al igual que muchos otros de Sudamérica cuenta con infinidad de leyendas transmitidas de generación en generación y entre ellas destacamos:
Iasá y el origen del Arco Iris

Cuenta una antigua leyenda de Brasil que en la tribu de los Cashinahuas hubo una joven llamada Iasá, cuya belleza era tan deslumbrante que incluso el mismísimo hijo del dios Tupán, llamado Tupá, quedó prendado de ella.
Pero Tupá no era el único que la amaba ya que el demonio Anhangá contemplaba con celos la relación entre ellos, y no tardó en maquinar un plan con intención de ganar el corazón del Iasá.
Anhangá se presentó un día ante la madre de Iasá y le ofreció todas las riquezas que desease, así como comida y bebida para el resto de sus días a cambio de ortorgarle la mano de su hija.
La ambición de la madre llevó a la joven a ser prometida a Anhangá que al enterarse de ello pidió al demonio el poder ver a Tupá antes de acceder a casarse y vivir en el inframundo por el resto de sus días.
Anhangá accedió al deseo de Iasá, pero le impuso como condición que debería hacerse un corte en el brazo antes de partir hacia el cielo, para que la sangre formase un camino que él pudiera seguir.
Pero Tupá ideó un plan para desorientar al demonio e hizo que Guarací (el Sol) dibujase un rastro amarillo junto a la sangre de su amada, luego que Iuaca (el cielo) hiciese lo mismo con su color azul, y después le tocó el turno Pará (el mar), que aportó al rastro su color azul profundo.
Iasá se iba debilitando por la pérdida de sangre y fatigada cayó al suelo, donde su líquido vital se mezcló con la tierra del suelo, añadiendo una banda naranja a su rastro, que salpicó parte del arco azul dando origen al violeta.
Tristemente la muchacha no pudo llegar hasta el cielo para reunirse con Tupá y falleció en una playa, arropada por la suave luz del sol y mecida por el arrullo de las olas del mar.
Fue la mezcla sobre su cuerpo de la dorada luz del sol y el azul del mar la que dio origen al verde, y así fue como el camino de Iasá hacia el cielo quedó para siempre marcado con los siete colores del Arco Iris.
La leyenda de la Victoria Regia

Existió una tribu que consideraba a la Luna como una diosa a la que llamaban Jaci que tenía por costumbre recorrer los cielos para poder buscar a las más hermosas vírgenes indígenas desde lo alto, y transformaba en estrellas a aquellas que consideraba más bellas.
Pero en ocasiones se escondía tras las montañas para poder pasar un tiempo con las vírgenes que había elegido, y éstas le hacían compañía durante las noches.
Un buen día, una joven guerrera y princesa de nombre Naiá, comenzó a soñar con el momento en que la diosa Luna la reclamaría para ocupar un lugar en los cielos nocturnos.
A pesar de las advertencias de los sabios, que le recordaron que si ascendía con Jaci perdería su carne y su sangre, Naiá ignoró toda advertencia y buscó incansablemente la forma de encontrarse con Jaci que parecía ignorar su presencia y sus constantes esfuerzos.
Durante una de sus noches de viaje, Naiá contempló la imagen de Jaci en las tranquilas aguas de un lago, y segura de que la diosa al fin había descendido para reunirse con ella, la princesa guerrera se lanzó al agua para no volver a salir jamás.
La diosa contempló la escena y se compadeció de la muchacha, aunque en lugar de salvar su vida decidió conceder sus deseos y convertirla en estrella, pero no en una cualquiera sino en una distinta.
Así fue como la princesa pasó a transformarse en la «Estrella de las Aguas», la llamada Victoria Regia, el mayor de los lirios de agua y cuyas hojas sólo se despliegan completamente durante la noche.
La leyenda de las cataratas de Iguazú

Habitaba el río Iguazú una monstruosa criatura; una serpiente, por nombre Boi, a quien los indígenas habían de ofrecer en sacrificio cada año a una joven muchacha, arrojándola a los rápidos del Iguazú.
Cierto año, al frente de una de esas tribus guaraníes llegó un joven, Tarobá. y cuando llegaron a la ceremonia de sacrificio, se enamoró de la bella joven a la que ese año debían sacrificar.
Tarobá intentó convencer a los ancianos de todas las tribus que se le perdonara la vida a la joven Naipí pero sus intentos fueron infructuosos porque así lo quería la diosa Boi.
Sin embargo, a pesar de las decisiones que tomaron los ancianos de las tribus Tarobá, la noche anterior al sacrificio, cogió su canoa y raptó a la joven Naipí.
Al enterarse de lo sucedido, Boi, la serpiente, los persiguió pues asomando su lomo en el río lo partió en dos, y originó así las grandes cataratas del Iguazú.
Tarobá y Naipí quedaron atrapados en esas aguas, o sea, Tarobá quedó convertido en árbol, justo encima de la Garganta del Diablo, mientras que la cabellera de Naipí se convirtieron en las impresionantes aguas que descienden turbulentas por la misma Garganta.
Tras ello, la serpiente Boi volvió a sumergirse, y desde el fondo de las cataratas vigila constantemente que Tarobá y Naipí no puedan unirse nuevamente.
Sin embargo, dicen los indígenas del lugar que cuando el arco iris se dibuja entre la bruma que se levanta allá abajo, donde rompe la catarata, Tarobá y Naipí unen su amor.
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