El robo de la «Gioconda»

Esta es la historia de un carpintero, un estafador, un falsificador, seis millonarios, un anticuario y un periodista acerca de la pintura más famosa de la historia. Un 25 de junio, del año 1932, se conocía la verdad sobre el intrigante robo de ‘La Gioconda’ en el Museo del Louvre.
Vincenzo Peruggia estaba a punto de cumplir 30 años pues se había marchado a buscarse la vida a París, donde trabajaba como carpintero para una empresa que el museo del Louvre había contratado con el objetivo de mejorar la seguridad de sus obras tras algunos escándalos. El argentino Eduardo Valfierno había cumplido ya los 60 y también llevaba un tiempo en la capital francesa.
Valfierno convenció al carpintero italiano de que podría erigirse en el nuevo héroe nacional si lograba que la obra artística más famosa del mundo, pintada por un italiano y, según creía, expoliada por Napoleón, pasase a manos del Estado italiano.
El domingo 20 de agosto de 1911, Peruggia se escondió en un recoveco del Louvre al terminar su jornada laboral, sabiendo que al día siguiente el museo permanecía cerrado al público.
En la mañana del lunes descolgó el cuadro de la pared y guardó el óleo sobre tabla de álamo de 77×53 centímetros bajo su indumentaria blanca de trabajador del museo.
Un bonjour al guardia de seguridad que estaba en la puerta, y a las ocho de la mañana ya estaba en la habitación de la modesta pensión parisina donde vivía con la obra de arte más conocida del mundo que guardó en el doble fondo de un baúl que escondió bajo la cama.

La ficha policial de Vicenzo Peruggia después de su detención
El lunes 21 de agosto, el Louvre permaneció cerrado al público -si bien había trabajadores dentro por diversas obras de acondicionamiento-, y no fue hasta el martes cuando el pintor Louis Beroud, que estaba trabajando con la obra, preguntó al guardia de seguridad sobre su paradero.
Éste supuso que estaría siendo objeto de los trabajos de fotografía que había empezado a realizar el Louvre y el martes 22 de agosto la noticia ya recorría el mundo, o sea, Francia había puesto a centenares de policías a vigilar sus fronteras y se empezaba a interrogar a todos los trabajadores del Louvre, incluido Peruggia.
La policía gala acusó al museo de sus malas medidas de seguridad, y éste hizo lo propio con aquélla porque pasaban las semanas y no había ningún sospechoso. Uno de los que sí fueron detenidos, aunque puesto en libertad posteriormente, fue Pablo Picasso.
El malagueño, que aún no era el gran referente que sería posteriormente, era sospechoso para la policía porque tuvo en su poder en 1906 dos estatuillas similares a La Dama de Elche que el secretario de su amigo el poeta Apollinaire había robado del Louvre. Picasso, que estaba en su etapa conocida como “primitivismo ibérico”, aseguraría que no sabía que eran robadas; no tuvo consecuencias ni en uno ni en otro caso.
A finales de 1913, Peruggia vio el anuncio de un anticuario florentino que buscaba comprar obras de arte quien le escribió una carta anónima, que firmó con el nombre de “Leonardo”, ofreciéndole la obra.
El anticuario, pese a su incredulidad, concertó una cita a la que también acudió el director de la Galería Uffizi y el 11 de diciembre de 1913, en el hotel Trípoli los dos expertos confirmaron que la pintura que había traído ese joven emigrante italiano era la gran obra maestra de Leonardo.

Hotel la Gioconda donde Peruggia se reunió con el anticuario
La policía detuvo a Peruggia: se le condenó a un año de cárcel de los que sólo cumplió siete meses. Fue considerado un romántico e ingenuo patriota. Nunca desveló quién le había encargado el robo.
Catorce meses antes del robo, el sexagenario Valfierno había encargado a un experto copista llamado Yves Chaudron seis réplicas de La Gioconda que éste trabajó con sumo detalle. Así, cuando la noticia del robo de la obra fue mundialmente conocida, Valfierno aseguró a seis millonarios -cinco estadounidenses y un brasileño- que él la poseía. Vendió cada una de las seis réplicas por 300.000 dólares. Nunca vio el cuadro original. Los seis millonarios, obviamente, no denunciaron que habían intentado comprar la obra.
Hoy sabemos esta historia porque Eduardo Valfierno, ebrio de orgullo, no quiso dejar pasar la oportunidad de que el mundo conociera su nombre y admirara su talento para el engaño.
Narró con todo lujo de detalles –que posteriormente han permitido dar credibilidad a su testimonio- su estratagema al periodista estadounidense Karl Decker, a condición de que publicara la historia del gran robo del siglo XX una vez hubiera fallecido, algo que ocurrió en 1931. Así, el 25 de junio de 1932, el mundo conocía la verdadera historia en las páginas del Saturday Evening Post.
Fuente: https://elasombrario.com/