Fernando Afán de Ribera y Téllez-Girón

Fernando Afán Enríquez de Ribera y Téllez-Girón (Sevilla, 10 de mayo de 1583-Villach, 28 de marzo de 1637) fue un noble, diplomático y hombre de estado español. Fue III duque de Alcalá de los Gazules, VIII conde de los Molares y V marqués de Tarifa.
Hijo primogénito de Fernando de Ribera, marqués de Tarifa, y de Ana de Girón y Guzmán, hija del duque de Osuna que pertenecán a uno de los principales linajes españoles.
Fernando vivió sus primeros años en Sevilla y, desde 1594, heredado el título de duque de Alcalá de los Gazules, en el feudo de la familia de Bornos donde tuvo como tutores, en primer lugar, al jesuita Juan López Valdés y más tarde, al agustino Pedro de Cárdenas, que pronto se convertiría en su confesor.
Bajo su guía, estudió Teología, Filosofía y autores clásicos, gracias también al hecho de que al palacio de Bornos había sido llevada la riquísima biblioteca de su difunto tío abuelo Per Afán de Ribera, que había sido virrey en Nápoles.
En julio de 1597, Fernando contrajo matrimonio con Beatriz de Moura, que era hija de uno de los principales ministros de Felipe II, Cristóbal de Moura, marqués de Castel Rodrigo y virrey de Portugal.
En los años siguientes, el joven duque, continuando la tradición de la familia, se dedicó con gran pasión al mecenazgo literario y artístico; incrementó notablemente tanto la biblioteca como las colecciones familiares de cuadros, estatuas y objetos artísticos, antiguos y modernos pues además tuvo estrechas relaciones con el pintor Francisco Pacheco.
En agosto de 1618 fue designado por Felipe III virrey de Cataluña, pero se dirigió a asumir el cargo a Barcelona un año después; probablemente el nombramiento había ido madurando durante la fase de inestabilidad política vinculada al tránsito entre las etapas de valimiento del duque de Lerma y la del duque de Uceda.
En el desempeño de su cargo, el virrey tuvo desencuentros con las instituciones catalanas, hasta el punto que, así pues confirmado por el nuevo rey Felipe IV en 1621, fue objeto de ásperos ataques por parte de las autoridades municipales de Barcelona.
Al término del trienio de gobierno, Fernando regresó a Sevilla en septiembre de 1622 pues así trasladado a la Corte en diciembre de 1624, fue nombrado embajador por Felipe IV a fin de presentar la obediencia del Rey al nuevo papa que era Urbano VIII.
Además, el conde duque de Olivares favoreció su nombramiento con la promesa a Fernando de un posterior encargo diplomático estable, preferiblemente en Italia.
Más allá del escaso éxito político, la misión en Roma, en 1625-1626, permitió al duque entrar en contacto directo con el mundo artístico y del coleccionismo italiano, además de visitar Nápoles y Venecia pues al regresar a Sevilla en 1626 esperaba el prometido nombramiento para un cargo de prestigio.
No están aún aclaradas sus relaciones con Olivares: si por un lado hay señales que sus orientaciones no estuvieron del todo en línea con la política del valido, por otro lado, es también cierto que éste, antes de la devaluación de la moneda de vellón en agosto de 1628, se apresuró a avisar en secreto a Fernando, que pudo así protegerse.
La inestabilidad de la situación, de todos modos, se hizo sentir, como demuestra la falta de toma de posesión del cargo de gobernador del Milanesado, conferida por el Rey en octubre de 1627.
Finalmente, en noviembre de 1628, Felipe IV nombró a Fernando virrey de Nápoles en sustitución de Antonio Álvarez de Toledo, duque de Alba.
Éste dio, sin embargo, una clamorosa prueba de enemistad a la llegada del duque de Alcalá ya que se negó a enviar así una nave a recogerlo a Barcelona, de modo que Fernando debió de esperar un pasaje a bordo de algunas galeras de la Orden de Malta, desembarcando en Posillipo, inesperado por completo, el 26 de julio de 1629.
Además, habiendo Alba permanecido indebidamente en Nápoles, sólo dos días después de su partida, el nuevo virrey entró en la ciudad el 18 de agosto de 1629.
El trienio de gobierno del reino de Nápoles bajo el duque de Alcalá cayó en una de las fases de máxima movilización financiera y militar para el mantenimiento de las operaciones bélicas de la Monarquía en la Lombardía y en Alemania donde no faltaron además los habituales conflictos jurisdiccionales con las autoridades eclesiásticas.
Una de las situaciones más difíciles a las cuales Fernando debió de hacer frente fue cuando el duque de Alba regresó a Nápoles, en septiembre de 1630, encabezando la expedición que debía llevar a Viena a María de Habsburgo, hermana de Felipe IV y reina de Hungría.
El hecho de que la estancia de la soberana se alargara durante tres meses, causó ásperos desencuentros entre los dos aristócratas que preocuparon, no poco, a Olivares.
En abril de 1631, a continuación de las acusaciones vertidas sobre el virrey por el duque de Alba en punto a haberse así mostrado descortés con la reina de Hungría y a que había escatimado en los medios para su acomodo, Felipe IV llamó a Madrid al duque de Alcalá y lo sustituyó en el cargo por el conde de Monterrey, cuñado del valido.
La desgracia del aristócrata fue, sin embargo, breve pues en marzo de 1632, el Rey lo designó para recibir en su propio nombre el juramento de fidelidad al heredero al trono por parte de la nobleza, con ocasión de la reunión de las Cortes de Castilla.
Finalmente, en mayo de ese mismo año, Felipe IV lo nombró virrey de Sicilia por lo que si bien el cargo tenía un relieve menor respecto al virreinato anterior, el duque se dirigió rápidamente a tomar posesión.
En el mes de julio siguiente ya estaba en Messina, donde fue acogido por su yerno, Luis Guillermo de Aragón Moncada príncipe de Paternó y duque de Montalto, uno de los mayores exponentes de la aristocracia de la isla, que se había así casado con María de Ribera en Nápoles en noviembre de 1629.
También durante el gobierno de Sicilia, el duque de Alcalá debió acrecentar la presión fiscal para contribuir con ello así a las exigencias financieras y militares de la Monarquía, como testimonian las dos convocatorias, en poco tiempo, pues del Parlamento del reino (1633 y 1635).
Fueron años particularmente difíciles, caracterizados también por la áspera conflictividad entre Messina y Palermo, las dos capitales del reino y por replantearse de nuevo los conflictos jurisdiccionales nunca resueltos entre ministros regios y la Inquisición.
A finales de 1635, don Fernando dejó Sicilia —cuyo gobierno interino fue confiado al yerno— para trasladarse a asumir el gobierno de Milán, en ausencia del gobernador, el marqués de Leganés.
Allí le alcanzó, sin embargo, la orden de Felipe IV que lo encargaba participar como su embajador plenipotenciario el congreso diplomático que se debía celebrar en Colonia para poner fin a la Guerra de los Treinta Años pues así llegado a Villach, en Carinzia, en agosto de 1636, permaneció bloqueado a causa de los sucesos militares y diplomáticos.
Enfermo ya, el duque de Alcalá murió el 28 de marzo de 1637.
Fuente: https://dbe.rah.es/biografias/5205/fernando-afan-de-ribera